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l

sus lanzas, y de este modo el poder conjurador y los gér-

menes nocivos acumulados sobre el recién llegado se traspa–

san al Televo. A su turno, éste se pfiecipita ·en des,enfrenada

carrera, con la lanza en ristre y el mismo grito en los la-

,

bios: "¡Enfermedades y epide-mias, huid del país!" Y así

avanza, convencido de que va empujando hacia las fronteras

las legiones nefastas

d~l

mal.

De legua en legua se 11eva a cabo el mismo traspaso. El

noveno, por fin, es detenido en su carrera por uno de los

ríos que limitan la provincia. Allí 'el- guerr·ero

se

apea de su

cabalgadura, penetrá en la corriente, se desvi-ste en e:l agua,

se zambulle y

lava

sus armas

y

ropas, vociferando sie·mpre:

H

¡I-Iuíd, pestes

y

.enfer;n:edad·es, salid de nuestro imperio!"

Y el buen hombre

cre~e,

en efecto, ver a los elementos per ...

n'i.ciosos desc·ender por la corriente, hasta hUndirse muy le-

jos en un océano desconocido.

_

8in embargo, lo que/ las ondas arrastran no constituye

sino la sem'iHa

de

las. enfermedades que atacan en e-1 día;

es preciso desha·cerse de a·quellas que

a~cometen

a los hu–

manos en las tinieblas. Con esta intención, varios oficiales

de noble

~estirpe

son ·investidos, por el propio inca, de los po–

deres sobr·enaturales necesarios; en las primeras horas

~e

la

noche recorren las ·cal'les del C:uzco, con una antorcha ·en la

mano, siguiendo los mismos ritos de los guerr,eros de la ma–

ñ.~na.

Pero éstos no

sal~en

de aa ciudad; terminadas sus corre–

rlas, se contentan con lanzar su antorcha dentro del río que

divide la capital en dos barrios. Atraídos por la llama sa-

grada, los microbios de todos los males nocturnos se mar–

chan pa:ra si-empre, arrastrados por

l~s

aguas que se _desli·

~an

hac-ia el

m~ar.

He -aquí, ·pues, a los sanos libres de todo bacilo. Pero

los enfermos, los febri·citantes

y

.cuantos

se

encuentran pos–

trados, ¿no ·conservan a;caso aún sus microbios? ¿No podría

s1,1 pr,esencia ·contaminada dest.ruir los efectos de los ritos

celebrados!? Es de tem·erlo. Se les conduce, pues, a la mañ.ana

siguiente, fuera de los muros de la c'iudad. Tomada .

e~t~

précauci:ón, ·el

~nc.a

se

-dirige a la fuente central de

1~ c~u­

dad

y

la éiesfrtfecúi :aerraiñ.añéio-dentr·o·-un

j

árro -de

eh!_~~~

ofre,cida con . anterioridad a la Luna; luego., casi .simu1tá–

neamente, los sªcerdotes de la diosa luminosa inmolan en

su honor treinta llamas blancas euyo pelo no se haya cor–

tado jamás

·y

perfe-ctas en todas sus partes. Desde ese mo–

mento el irupo doloroso de los enf,ermos puede

re~pte~r~r~~

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