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ESTAMPAS HUANCAVELICANAS
tro país. (Cón esto los despide a los Magos, quien es se van
después de abrazar a Herodes, diciendo: hasta nuestro regre–
so sacra real majestad; os deseamos el colmo del bien y la fe -
licidad en vuestro reinado).
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Despu~s
de salir del Palacio de Herodes los Reyes Magos
siguen habiando sus discursos:
Blanco.-Si
la sangre que enrojece la tierra de Israél
no le hicieran un asesino despreciable, creería que este hom–
bre no es lo que dicen.
Indio.-Herodes
teme infuqdadamente que venga a ser
Hey un Dios piadosp, levántate J erusalén y acampa en los
pórtioos del palacio de David, porque de ese tronco ha de na–
cer el Salvador del mundo. Del Jordán en las aguas cristali–
linas, el celestial llegado será bautizado, y la¡vándonos con sus
manos divinas, nos librará del pecado que cometimos. ¡Le–
vántate.Jerusalén! Recibe la luz, porque viene hacia tí la lum–
brera que derramará su gloria
y
reder¡.ción.
Blanco.-Queridos compañeros: no importa que nuestro
camino se reduzca al peligroso trance de cruzar á ridos desier–
tos, caudalosos ríos y empinados desfiladeros, no import a.
Dios le prodiga su salvación mediahte estos caminos escabro–
sos. No dudo ni un instante que nuestra estrella nos hay::
aban donado pol' completo, ella es el signo divino en nuestra
peregrinación. Gra nde es la fé y esperanza que anima nues
tros pasos que serán detenidos por la mensajera del cielo en
el lugar san to y cuna del Redentor de la humanidad.
Mientras van así, los Magos discurseando en cada esqui–
n a del t rayecto a Belén, de súbito se les aparece nuevamentP.
la estrella, que como se h a dicho es conducida por un mu·
chacho vestido de ángel que porta la estrella plateada y ra–
diante en un palo largo, y exclaman:· ¡la estrella! ¡Nuestra
est rella.! Prodigio de los cielos, misteriosa revelación de
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Dios que no hemos adorado los discípulos de Zoroastr0
Guiadnos pues, oh J ehová, a los pies de tu santo hijo
y
n oso–
tros besaremos sus divinos pies
y
adora.remos su cuerpo.
- Contemplemos un momento el astro que aparece en
nuest ro cenit, es pues nuestra estrella, no nos quepa duda.
Nos dirige sus fulgurantes rayos hacia nuestras cabezas y se
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