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La

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e , todavía u a raíz pod rosa. El árbol que de ella

nac ha d ser difícilmeut extirpable.

VII

La creencia en los poderes sobrenaturales

y

misteriosos es tan

vieja como el mundo. Nació con el fetichismo como concepción re–

ligiosa

y

en el que estaban representados por objetos o cosas las más

diversas esperanzas

y

los más inverosímiles temores. El fetichismo

fué,

al

comienzo, una suerte de religión individual, oculta o privada,

con sus dioses que se adoraban o conjuraban según fueran buenos

o malos. Al pron

arse a a

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clan los sentimientos se colecti–

vizan

y

nace, en onc

, el politeísm ,

asiva,

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Con el correr de

crea dioses mayo es

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idolatría

enos y de

tinúa

y

surge, l e

, diremos,

más universalist

con estos

rand

principios, a la vez que las re–

ligiones se simplifican del fárrago de dioses y embocan en el mono–

teísmo.

Pero aún en las concepciones más avanzadas queda siempre un

campo de sombra al margen de la luz, ni más ni menos como en el

espíritu del hombre, que posee, unidos, el bien y el mal, la razón

y

la superstición, en una palabra, gérmenes positivos y negativos, en

distintas proporciones, según la naturaleza del alma.

Lo que quiere decir que cualquiera sea el grado de perfección

humana hay siempre otro aspecto, otro modo, otra calidad en el

hombre opuestos a las características sustanciales que definen su

personalidad.

Estos resabios en que engarzan las virtudes son algo así como la

memoria primitiva y salvaje que a todos nos centra por igual: una

voz no oída pero que grita adentro el origen lejano, un miedo no

sentido sino por nuestros antepasados, una mente que no es nues-