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petan Jos
infü~les,
y penden de su boca como de oráculos, no to–
mando resolución alguna contra su dictamen y ellas se ganan este
aprecio con diabólica elocuencia para que les ministra el demonio
rara verbosidad con que perseveran hablando muchas horas, en que
todos la escuchan atentjsimos ". (
Op.
cit.
pág. 224).
¿Quién mejor que la mujer es capaz de tener la paciencia que se
requiere para ejercer este
sacerdocio~
¿Q.uién :tnejor que ella sabe
por milenaria experiencia, el modo de yugular un ataque, de hacer
un té, de aplicar unas ventosas, de hacer unas
cataplasmas~
¿Si la
mujer ha tenido que curar a su marido, a sus hijos, cómo no ha de
poder hacerlo con sus
semejantes~
Si la mujer tiene el sentimiento
de un corazón como el suyo, abierto a todos los dolores, ¿cómo no
ha de sentir el dolor del pueblo como una pena y sufrimientos pro-
pios~
.
Pero hay todavía otra razón. La mujer es más sagaz, más pers–
picaz que el hombre. Es también más materialista. No es ·acaso ella
la que sabe de las tribulaciones cuando en el rancho !alta lo indis–
pensable
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e-l rmt:Iimento de su
prole~
El marido está en el boli–
che o n el rancho vecino o en . el propio
no sabe más que tocar
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día e a-He nrociama · ' ' urbi et orbi'' fa-
mosa cu-randera
na vecina, en un arranque de furia, le
dice: "bruja", pues, su fama será más completa aún,
si
cabe.
La buscarán también par·a el hechizo del amor, para hacer el
"daño", para tener suerte en el juego, como también para curar
los eféctos del mal que otro br-qjo o bruja hubiesen producido.
¡Brujas y curanderas de mi vieja tierra, a vosotras mi admira–
ción un tanto 'compungida!
VI
No es menester hurgar mucho en· el fárrago de conocimientos mé–
dicos populares para constatar la presencia de un elementq mágico,
tanto en la terapéutica como ·en la profilaxis de las enfermedades.
A poco de penetrar en sus misterios, salta a la vis.ta el hecho