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no era temi o ni sacrificado. Era un diestro,
un
conocedor, un
i
o''
p
ro profe aba todavía con un profundo sentido de la
ridad.
o hacía comercio de su sabiduría, aunque viviera de ella. 1\'lan–
nía el prestigio de su rango a fuerza de desinterés y de nobleza.
ati facía e con la práctica del bien y con el halago que le brinda–
ba la consideración y el respeto de sus semejantes.
•
Hoy, el ' ' curanderismo'' es profesión desmedrada. Lucran de
ella los vivillos, los embaucadores. Hay brujos como antes. Su can–
tidad no ha disminuído. Ante, ha acrecentado. Pero sin calidad,
in
tono, sin la prestancia y el interés que despertaban antaño es–
tos farsantes. Y no porque el pueblo haya conquistado valor cultu–
ral alguno o se haya apercibido del fraude y del engaño. Por el
(!Ontrario, la mediatización es ·completa. Ningún índice señala la po..
sibilidad de una mejoría social de las masas. Y de parte del .curan–
dero no se observa un solo atisbo de progreso. Tal pueblo, tal arte,
tal
gobierno.
En América, sobre todo, en las provincias del interior argentino,
gozaban de gran predicamento, hasta hace poco, los curanderos
"'eolias".
Venían de Bolivia, cruzando el altiplano, y se internaban en los
bosques y atravesaban la llanura y pasaban los ríos. Se les veía
en los villorrios vendiendo remedios. Eran típicos. La gente de la
campaña los respetaba, porque creía que eraJ! los depositarios del
.saber antiguo en la magia y en el conocimiento de las virtudes me–
dicinales de las plantas. Hacían uno o dos viajes por año y la sen–
cilla gente del agro campesino los esperaba con ansia ·y
encendi~a
fe.
Estos ''eolias'', llamados así no porque eran bolivianos sino
porque eran los sobrevivientes de los antiguos ''kollahuaya'' o por–
tadores de medicina,
y
que en tiempos lejanos constituían una casta,
vestían un poncho corto, calzaban ushutas y se tocaban con amplio
sombrero de paño, de alas anchas. Llevaban sobre el hombro la al-