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jo
curandero" es el único amparo, a veces, en la soledad del
campo.
ju tificaba en quello negros tiempos la magia evocadora
y
preventiva. Eran épocas de formación. El mundo recién comenzaba
para nosotros
y
existía el imperativo, .más categórico que nunca, de
la nece idad ante el peligro. No obstante se la persiguió tan brutal,
tan inhumana y tan despiadadamente, que Ramírez de Velasco, con
la autorización que obtuviera en 1586, exterminó la magia casi de
raíz ''persiguiendo tenazmente y de oficio o por denuncia a los
brujos y hechiceras, indias en su totalidad ... ". (EMILIO
CATALÁN:
Los tormentos aplicados a los brujo's por la justicia colonial de Tu–
cumán
y
Sa;ntiago del Estero,
pág. 143). Verdad es que imperaba
el espíritu inquisitorial del Medioevo
y
que se temía la acción disol–
vente de aquellos impostores que actuaban, no ya sobre el ánimo
indefenso de los indios, sino también sobre la candidez del bravío
español, de modo que, un poco por moral y otro poco por miedo, el
hecho es que se acabó con una
part~
de la sofisticación aborigen.
Mas, lo malo
an o es a se rado
tierra virgen como era
el alma de aque las obres gentes e
Ll1 e
fondo
de la oscuridad ub
t
ge
quedó hasta n
mágica.
En aquellos, re
cida por sacerd te
tituían una cas
tiguo Perú; o el
' ' ... aqueste es el que administra sus idolatrías e ceremonias e sa–
crificios y es el que habla con el demonio''; o el ' ' ticitl ' ' azteca, a
modo de adivino
y
médico general. Mas, al lado de ellos, en los dis–
tintos países y tribus, existían también otros que eran simplemente
curanderos o especialistas, llamados : ''machi'' entre los
araucano~,
"comasca" o "sancóyoc'' entre los peruanos, "payé" entre los tupí–
guaraní, ' ' texoxotlaticitl'' y ' ' tezoctezoani'' a los ''componedores''
de huesos
y
sangradores, respectivamente, entre los aztecas.
Pero unos y otros, los jerarcas de la medicina aborigen como los
curanderos menores, practicaban en alto grado la magia, aunque
tuvieran sus conocimientos herbolarios y quirúrgicos.
La historia está plagada de sus hazañas demoníacas. Los cronis–
tas las han ensalzado
y
criticado o, simplemente, las han referido
como una cosa natural entre los salvajes, dándonos algunos porme–
nores de los medios utilizados, de las ceremonias efectuadas o de