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Bastaría ob ervarla detenidamente, pues, de la observación de sus

modalidades más típic surge la emejanza.

En efecto, como la de los indios, nu tra folk-medicina

proced~

guiándo e por el instinto, que e , sin duda, la más segura base de

la

upervivencia. Y así como "por instinto los indígenas buscaron

entre los elementos que la naturaleza pródiga ponía ante sus ojos,

aquellos que habían producido un efecto beneficioso sobre determi–

nado mal" (

1 ),

así también nuestro pueblo buscó incesantemente

en torno, hurgó en el recuerdo de sus antepasados

y

hasta encaminó

sus pesquisas por rumbos todavía inexplorados por la Ciencia.

De tanto cuidar su propio dolor, ese inmenso dolor de todos, el

pueblo ha podido engrosar su caudal de conocimientos. Uno a uno

han ido incorporándose a la ciencia empírica. Son conocimientos

adquiridos en el devenir de los años por la adopción de práeticas

milenarias, por el azar de las circunstancias, por lo fortuito

y

acci–

dentado de la vida. En una palabra, por los conocimientos surgidos

de la observación del fenómeno natural

y

espontáneo; mejor aún,

por la observaci'

nómeno. Y ésta es su ley: el efec-

to. Nunca la ca sa. o existe rela ió

ea a

·a

·

tra me-

dicina popular

lamente

la patología,

y

den ro del sín-

toma, el dolor. a

erapéutica.

Porque mitigar el

a , medicina de

las comadres'', o

a sugestiva

rama del folkl r .

que a e c1 a po ular repite

n-~K-APR~JP.'l'..._.-HlS

conversaciones de los primitivos,

no es menos cierto que su base es más humana, más ligada a la

medula

y

esencia de la vida, que la ciencia experimental de nues–

tros modernos días.

Detengámonos ahora un instante en el estudio del carácter em–

pírico de nuestra folk-medicina actual. Desde luego, el empirismo

se comprende si se piensa en la psicología de nuestra gente, en sus

creencias

y

supersticiones. La credulidad hizo aceptar el concepto

del mal sin previo análisis, porque éste supone antes la existencia

de la razón. El discernimiento es una especulación de la inteligen–

cia y nuestra gente no ha podido pensar, ni mucho menos discernir

la complejidad de los fenómenos, no solamente orgánicos, sino na–

turales. Así es que tuvo que aceptar como verdad el hecho, casi

(1) ORESTES

Dr LULIJO:

De la medimna

y

de los médicos de Santi{

l.go

del

Estero desde la conquista hasta fines del siglo XIX.

("

Rev. de la Asoc.

Méd.

Arg. ",

t.

Ili, Nros. 385-386).