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caicos, que demuestran, a las claras, la íntima relación que todavía
guarda con la ciencia de aquel entonces.
En esta época subsiste aún la demoniología conjuntamente con
los mitos y leyendas, con las supersticiones y las prácticas místico–
religioso-mágicas, ·que todavía dan carácter a nuestro folklore,
y
el
mismo Paracelso, al clasificar las enfermedades según su etiología
da cabida a las influencias del espíritu sobre el cuerpo y a las
debidas al poder divino.
·
,
Los rasgos dominantes de la .terapéutica del siglo XVI conti–
núan siendo los mismos que caracterizan la Edad Media. El abuso
de la m·edicación externa, bajo la forma de 'lavajes, afusiones, pedi-
' luvios, baños generales -a los que se adicionaba de productos- vege–
tales o animales- fricciones, unciones, etc., se justifica por el temor
de causar daños irreparables en la persona enferma, pues, aún no
eran suficientemente conocidas las dosis terapéuticas de los reme–
dios empleados (
1 ),
y también porque se creía igualmente eficaz la
administración de la droga por esta vía.
La
mediGa
·ó ·
por el contrario, se reduce a la prescrip-
ción de abundantes tisana ,
re edios alterantes
y
diges-
tivos ver
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ción ya
umbó, lo mismo que la teoría humoral, a
causa del descubrimiento e mtroducción en Europa de la ''quinina'',
maravilloso remedio que curaba la fiebre sin expulsar la ''materia
pecans' ', cosa realmente inconcebible en aquel entonces.
III
Entroncada a la medicina aborigen y a la española de los siglos
XVI y XVII, nuestra folk-medicina actual conserva todavía algu–
nos rasgos que fueron característicos de aquéllas.
En lo que respecta a la fisonomía indígéna de nuestra medicina
popular, corresponde afirmar que es incuestionable su ascendencia.
(1) Recién en el siglo XVII aparec-e .Santoro Santori "el hombre de las
medidas, .Pesadas
y
cálculos''.