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códice de la ciencia popular, todavía en boga en los paí
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nal . Una parte de e ta gran abiduría empírica e la que se refiere
al conocimiento de las plantas medicinales que los indios de Amé–
rica tenían, y que, aplicado al tratamiento de las enfermedades,
constituye la terapéutica herbolaria de la medicina aborigen.
Es sabido que los indios conocieron las propiedades medicamen–
tosas de gran número de planta de la región, las que eran adminis–
tradas con sano criterio en diferentes formas, aunque, al principio,
sin contar mucho con su eficacia, y si, con la de los conjuros y exor–
cismos que acompañaban siempre a la prescripción de la droga. Sin
embargo, pronto llegaron al conocimiento cabal de las virtudes medi–
cinales de dichos sim les· hicieron su experiencia con la base de nu–
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enriquecer su arsenal terapéutico. Las dañosas, son utilizadas para
la pesca o para "enherbolar" las flechas de sus guerreros o para el
hechizo de muerte. Así, al cabo de muchos años, fórmase el prestigio
del indio en el manejo de la flora medicinal, lo que hace decir al
Dr. Don Alonso de Huerta, al oponerse en 1657 a la creación de dos
cátedras de medicina en la Real Universidad de San Marcos, "no ser
necesarias dichas cátedras, por que en este reyno hay muchas yerbas
medicinales para muchas enfermedades y heridas, las cuales conocen
los indios mejor que los médicos y con ellas se curan mejor que con
los remedios médicos''
(GARZÓN MACEDA:
La medicina en Córdoba).
Es así como, de un modo completamente empírico, el indio guar–
da, por medio de sus personas especializadas, un rico tesoro de
cono~
cimientos médicos adquiridos en el transcurso de los años, por cuya
causa se le considera y con razón, el árbitro de la medicina ameri–
cana en los siglos XVI y principios del XVII, no tanto por la falta
de médicos -ya que algunos prácticos llegaron con los Conquista-