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pero, de coexistir con un mundo forjado a la Imagen del indio, en
el que debió vivir, modelando su naturaleza a la del ambient , mo–
dificando su ment alidad, sus costumbres y su carácter , a tal punto,
que más parecía conquistada que conquistadora, hasta que pudo ven–
cer a la tierr a como había vencido a sus habitantes e imponer normas
que eran la esencia de su propia cultura.
¡Pero cuánto tuvo que aceptar antes, España, para dominar des–
pués
I
Fué una lucha terrible por la existencia en condiciones difí–
ciles de clima, de ambiente, de religión, de lengua. Ni las armas
mismas se acomodaban a las circunstancias, ni el paladar a las extra–
ñas prácticas culinarias primitivas de América. Todo tuvo que mo–
dificarse para vencer y venció, no sin haber incorporado a su alma
los efluvios misteriosos del alma americana.
De este connubio ocasional surge una forma permanente donde
es posible advertir rasgos puros o deformados de las dos razas: es la
fisonomía indoespañola de la cultura, de la lengua, de la medicina
popular y del folklore en general. Analicemos, pues, lo que correspon–
de a cada
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En
1
co
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s el concepto
de que
1
en
·
ó
de los malos
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rincipal virtud
consistía en
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y
exorcism
.
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luego, el
por a neces1 aa
e
ar a ergue al espíritu
hostil liberado de errerp
enfe:rmo merced a la magia, lo que se
consiguió encerrando a dicho espíritu maléfico en diversos objetos
que, luego, propiciaban o adoraban con fervoroso culto. Los fetiches
eran, . pues, cosas impregnadas de un poder sobrenatural
y
en todo
semejantes a la estatuaria ritual que vemos hoy en nuestras iglesias.
Sólo que los fetiches eran de dos clases solamente : unos, que servían
para dar el poder adivinatorio
y
el arte mágico de la curación a
quien los poseyera, al modo de las figurinas ''na moganga'' de las
poblaciones del bajo Congo que conceden al que las usa ''el poder de
descubrir las propiedades bienhechoras de ciertas plantas medici–
nales, el de despojar a los hombres de los malos espíritus de que están
poseídos
y
el de alejar todos los males de la tierra"
(J.
MAES:
o
p.
cit.)
;
y
otros que sólo servían para alojar en ellos el poder maléfico
y
evitar de este modo que anduviera errante por el mundo con el
consiguiente daño para la comunidad.