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Más adelante, el mismo autor, luego de enumerar lo
lugare en
que dicha hechicer ía eran más comunes
y
frecuent
t rmina di–
ciendo: '
y
donde se sabe cundir más este conta io e en
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de la jurisdicción de Santiago del Estero, cuyo Teniente G n ral
Don Alon o de Alfaro no ha muchos años que persiguió a mucho
y
condenó a varios al brasero para que las llamas abrazasen esta peste
y
se purificase el aire de tan fatal contagio''.
Lo curioso
es
que, después de algún tiempo de vivir en contacto
con los indígenas, también los sacerdotes, por inexcusable interven–
ción de lá iglesia en los casos de ''posesión demoníaca'', crearon sóli–
dos prestigios de exorcizadores y curaban los embrujamientos ''que
producen dolores, enfermedades y muerte", tanto como los mismos
indios. Entonces, reputábanse como casos de ''posesión demoníaca''
a
las enfermedades nerviosas convulsivas o aquellas en que la natu–
raleza indeterminada del mal producía cambios notables en las cos.
tumbres
y
el carácter del afectado, siendo dichas manifestaciones
atribuídas a causas sobrenaturales, del mismo modo que en Grecia
eran cons· eradas demoníac
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las palpitaciones
y
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temor si p nsamos en la cort capacidad de discernimiento que debían
poseer aquellos primitivos. ''Como el Mimo de Sigfrido de Wagner
-dice Garrison- el salvaje estaba confusamente asustado del rumor
de las hojas en el bosque, del ruido
y
de la luz del sol,
y
él no podía
encontrar una relación causal entre un objeto natural cualquiera
y
su
movible sombra, entre un sonido
y
su eco, entre el agua
y
los reflejos
que aparecen en su superficie''.
Toda la naturaleza impresionaba sus sentidos. El viento en la
selva que arrancaba de cuajo los árboles seculares, el retumbar del
trueno, la lluvia súbitamente exprimida del seno de las nubes, los
temblores que sacudían la tierra
y
los relámpagos iluminando de
vívidas fosforescencias los espacios dilatados, debieron haber sido
para su comprensión e instinto algo así como la señal del poderío
maléfico encarnado en múltiples representaciones de la naturaleza.
Y como una consecuencia -de ello, el indio, frente a estos fenómenos
cósmicos, debió adorar al sol y a la luna, a los árboles, a los ríos y
a la tierra, como también a los animales de la selva, a fin de con-