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En una sartén, entre dos capas de masa finamente oflada, se

encierra la pasta de carne, y se lleva al horno. Allí permanece

hasta que adquiere un grado de cocción dorada, se retira, y con una

pluma se unta la superficie del pastel con clara de huevo batida con

,

azucar.

El último tiempo de la operación consiste en llevarlo de nuevo

al horno para dorar el merengue. Se sirve caliente.

LA EMPANADA

Y ahora toca el turno a la famosa empanada. ¿Habrá que repe–

tir lo dicho por Sarmiento sobre ella

1

La empanada santiagueña, como, en general, la empanada pro–

vinciana, pierde su característica específica si no destila hasta el

codo un jugo escurridizo y delicioso, que hay que sorberlo con ma–

ñosa habilidad.

Pero Sarmie

Hoy, esta ar

panada no sea e

ét

rado, sino

porque las que

menos de

empanadas. Son olsas de masa e uda, 1 enas de papas y cebollas,

y elaboradas en tan gran can

1

ad y tan premiosamente, que, aun

queriendo, acaso fuera imposible comunicarle aquel su sabroso gus–

to, de tanta fama para nuestras empanaderas.

Luego, han cambiado los tiempos. Antaño era un placer traba–

jarlas por decoro, por propia estimación. Se ponía empeño en la

obra, y algo del espíritu de uno se encerraba con la pasta entre las

dos hojuelas de masa.

Hoy se especula con la ganancia ilícita, sobre todo en las elec–

ciones, en que una nueva moral las asimila a la condición de meros

negocios, y de los cuales, como los políticos, sacan las empanaderas,

a costa de su probidad y decoro, un provecho mejor.

Es por esta razón que no fascinan ya las bateas y cestas de em–

panadas, sino que, por el contrario, constituyen para los partidos

instrumentos perjudiciales, ya que el elector que las prueba, si vive,

suele votar generalmente en contra, lo cual demuestra, de paso, que