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Pronto, desde todos los ranchos perdidos en la espesura, empiezan
a volar las notas melancólicas e hirientes, que rumian, en deleitosa
preparación, la proximidad de las fiestas carnavalescas, donde la
alegría renueva en un instante la vieja pena india del dolor de los
años.
Contemporáneamente comienza también la elaboración de la be–
bida predilecta: la ''aloja'', objetivo único de la fiesta, que, en ce–
lebración de la cosecha opima o de la alegría báquica, ha principiado
a fermentar en las ventrudas tinajas de barro, alineadas bajo la
enramada que las proteje del sol.
Pronto, cuando los parches de la caja resuenen plenamente su
dom-dom solemne, y los aires de la vidala rompan el silencio con
sus agrios lamentos, fermentará la ''aloja'' en el alma enloquecida,
y su alegría alcohólica expanderá un ritmo desusado de danzas.
Ha participado la ''aloja'' en la transformación del hombre. Le
ha acompañado hasta el umbral de su gozo, y ahora, ágil, desenvuel–
to, libre, baila estremecido de una juventud retoñada, lleno de entu-
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los vasos opalescentes y colmados, esparciendo un intenso olor frutal.
Es algarroba líquida, zumo fermentado de sus vainas, que, tras un
proceso químico que se cumple en el vientre de barro de las tinajas,
adquiere la magia de un poder alcohólico capaz de transformar al
ho~bre
de la selva, taciturno y sombrío, en ciudadano del mundo
y de la alegría.
Pero este misterio es, apenas, ciencia india, adaptación de la na–
turaleza a la servidumbre humana, dominación absoluta de los dones
naturales a las necesidades del hombre en su lucha por la vida.
Y contra el dolor del hombre, contra la esclavitud del hombre,
esclavo de sí mismo por el dolor de su destino, la "aloja" arremete
con pujanza y lo liberta de su pena.
Y esta transformación se opera en virtud de la insospechada
cie'b.cia india que molió en un mortero las más blancas y henchidas
vainas de algarroba, las mezcló con agua, y encontró al cabo de un