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De la cosecha de la algarroba guarda la g€nte campesina el re–

cuerdo de sus mejores días, pues aparte de coincidir con la estu–

penda sinfonía selvática del ' ' coyuyo y la c:Q.icharra''

y

con la abun–

dancia prolífica del campo, rememora la fiesta del amor, con sus

idilios de pasión estival, coronados magníficamente por los carna–

vales, donde asoman ya las primeras quejas amargas de las vidalas

como un eco

melan~ólico

de la alegría pasada y· que acaso no volverá

,

ya mas.

Transportada la fruta, comienza la preparación de los más di–

versos platos y bebidas.

La algarro'ba fresca se come a todas horas con alegría de los

niños, sobre todo, que encuentran en ella el postre más delicado. Su

sabor de exquisita dulzura tiene, sin embargo, la asperosidad de la

fruta silvestre.

Una parte es extendida al aire

y

al sol para su desecación. Sobre

catres, pellones, mantas y colchas, la algarroba recibe los fuertfls

rayos del sol duran

l

' ,

s noches es retirada para evitar

el rocío. Cuando se ha desecado conve · ntemen

e

se '

isa'' en mor–

teros de quebracho o

1

d

ción

de la harina con q e

la fresca y virgi ·ana

bebida esta: con q e se

La albarroba

e deposita

en cueros de vac

sacos herme ica ente cos1 os, o en

troj es llamadas ' ' p1rua

os depósitos se construyen con

''sunchos" sobre estacas clavadas en la tierra, y a una cierta altura

para asegurar su aislamiento del suelo, así como su aireación. De las

"piruas" .se va extrayendo durante el año la algarroba necesaria

para el consumo.

De la algarroba negra, poco comestible al estado natural, se ob–

tiene, molida

y

cernida, la harina con que se fabrica el ' ' patay''

d~

cuyo valor nutritivo

y

elaboración hablaremos a su turno.

en la ju:t:isdicción de Santiago del Estero"· Otros autores también la citan,

en especial

RoBER'.DO LEVILLIER

en su

Nueva crónica de la conquista,

t. I., pág.

121,

y

SAMUEL

L~ONE

Y QUEVI!IDIO

en su

Londres

y

CatOin'ltarca,

pág. 120.

· (1)

''Había también en estaS' casas reales muchos graneros

y

horones que

los indios llaman ' ' piruas' '...

(Inca

G.ARCILASO DE LA VEGA,

Comentarios

Reales,

pág. 163).

En el m

ismo lib

ro se lee más adelante: ' ' ...

y

era después de hwber en–

cerrado sus

mies.es

en sus horones, que llaman "pirua". . . (Pág. 232).

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