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los tejidos adquieren la madurez y la ternura que tan gratas son.

al paladar experimentado.

Rodaron los tiempos y se perdieron hasta los últimos baluarte

de la civilización indígena, quedando sólo resabios de su vida en

la experiencia del nativo, lleno de instinto, y en algún párrafo del

folklore artístico.

Entre los restos de su poderoso dominio e inteligencia es posi–

ble, sin embargo, encontrar todavía en los habitantes de la selva,

ese gusto por la carne manida y asada, y la maravilla de su técnica,

tanto par a la conservación de las propiedades esenciales del gusto

y del olfato, cuánto por las reglas y prácticas necesarias a su ela–

boración.

De ahí que un santiagueño no come asado de su gusto si no es

de carne ''bien amanecida'', semigrasa, y de bovino de 3 a 4 años

de edad, pues sabe que es la carne madura por excelencia y la que

reporta el más alto rendimiento alimenticio. En efecto, ella contiene

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sabor gracias a la riqueza de sus principios extractivos,

cuya proporción es mayor que en la de los animales mestizos, a

los que prefiere sólo por su cuero y siempre que pertenezcan a

ajeno dueño.

En cuánto a la preparación del asado sólo diremos que tiene

un carácter ritual.

En efecto, bien amanecida y salada la carne y tras de tomar

unos mates dulces, el paisano, con el cigarro de chala entre los dien–

tes, comienza a arrimar leña al pequeño fogón. Cuando éste se ha

llenado de brasas, la carne, ensartada en un chuzo, es sometida a

la influencia distante del calor, que la amortigua en su totalidad

evitando así la fluxión de sus jugos sabrosos.

Esta precaución en el arte del asado es primordial si se quiere

evitar que la carne se tueste por fuera sin que el beneficio del

calor penetre hasta lo íntimo de sus fibras.