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ciones culinarias propiamente dichas, los añadidos que han de dar

a la comida su aspecto agradable como ·el pimentón y el azafrán, o

sabor y aroma como el comino, la canela, el clavo,. ya por entonces

bastante difundidos. Pero tienen que pasar todavía muchos años pa–

ra que la cocina americana · adquiera jerarquía gastronómica. EP_

lo que se refiere a nosotros ello sucede durante el Coloniaje y en

la Independencia, verdadero siglo de oro de' la comida. Reción apa–

reció en

form~

evidente y magistral la repostería criolla, maravi–

lla en las manos de nuestras abuelas con sus complicados aliños de

pastas y dulces, con

S"Q.S

merengues dorados, con las vainillas perfu–

madas y las finas escarchas de azúcar, con el espolvoreo de la ca–

nela, tan suave y deliciosa, que llegó por sí misma a ser lo indis–

pensable dentro de lo necesario.

El comer tiene ya entre nosotros, y en los pueblos de las. capi–

tales, ·especialm·ente, un sentido artístico, aunque no todavía espiritual.

Las matronas rivalizan en la preparación de platos suculentos,

que se obsequian

e

amilias En torno de la cocina se tejen y

destejen las hor

con habilidad d

adas e

ent siasmo de niñas,

con gusto refin do.

.os. El

yantar ya no e }Ja

e un

ac

y las

familias se eno gul

e , de fórmu-

las delicadas, y se es

i

os de coc-

ción, realizando 1

·

{ .

De aque-

lla época data

e.

, de pasta

suculenta

y

olor sa

or los tam es, empana as y humitas, por la

chatasca, por las mermeladas, arropes y quisadillas, y por la mil

variedad de platos exquisitos que son el aservo de este pueblo.

Principalísimo alimento son los cereales en la ración diaria del

santiagueño. Desde la Conquista, el trigo y el maíz se disputan el

privilegio del paladar criollo, y con el tiempo, lejos de amenguar

la prevalencia de alguno, aumentan ambos su importancia en dig–

na rivalidad de sus virtudes. Especiales son las mixturas de maíz :

locros, motes

y

mazamorras, choclos tiernos o panojas suavemente

asadas, ralladuras, etc., de sus granos en sopas densas y sabridas, ha–

rinas. empastadas de zapallo, grasa, leche o salsas, toda la variedad

de gustos se renueva con alarde refinado en el ''menú'' criollo,

destacando no sólo la condición nutricia del maíz

y

la tradición ame–

rieana de siglos, sino también el paladar sencillo y al mismo tiempo

exquisito del pueblo.