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tidos, y especialmente a los· ojos, que es por donde muclia.S
veces entra la muerte en nuestras ahnas.
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D.-¿Qué he de hacer, entonces, si el diablo se
empeña en hacerme caer en el pecado de aduiliterio?
M.-Puedes repres•entaTte lo mi:smo los tormentos eter–
nos del infierno que los que Cristo sufrió por redimknos. Y
pa:m que máJS al vivo grabes én tu corazón cuanto acabo de
decirte, te voy a referir·una naNación, tal como S'e encuentra
en . Enrique G:ran.
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Encontrándose un P.adre ya a
punto de expira-r, un ángel llevó su rulma a las puertas del
infierno, donde, apenas vió a los condenados, empezó a tem–
blirur toda ella. Pero, confortada por el ángel, pudo daxse
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idea de ilos tormentos que allí se padecían.
Un~
cosa, sobre
·todo, llamó poderosamente su atiención, y fué el ver entrar ·
y
moverse de acá para allá muy sonrientes a varios demonios,
y todo pOTque traian a los infiernos
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a un joven
al
que primero colocaron en presencia de su jefe oomo si le
mostraran algo de valor. Entonces e<l PTíncipe de los demo–
nios, después de darles las gradas, habló de esta mainem :
"A este joven, a .quien durante su vida tantO' agradó fa mo–
licie,
coloca:dJ.een ese asiento, dispuesto de antemamo prura él.';
Aquel a:siento aTdía como el fuego haiSta tal extremó, que· si
alguien hubiera querido derramar sobre él toda
~l
agua del
maT y de los ríos juntos, de seguro no hiubieva conseguido
apagar aquella hogueTa.
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Mandó seguidamente:
"Pues que tan de su agrado fueron los vestidos ostentosos,
ponedle rulguno de los míos", y le cubrieron inmediatamente
con uno más ardiente aún que el sitia:! en que se sentaba. Y
·como ·aún el Príncipe de los demonios insistiera: "Ofrecedle
una exquisita c0pa", le ofrecieron en urna gran ·copa un bre–
baje a modo ·de metal derretido, hiTviente y horrorosamente
fétido, que, una vez injerido, penetró todo su cuerpo, huesos
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