[371-375]
que nuestros gobernadores condenen a muerte a los la–
drones
y
malhechores, siendo, como son, hombres?
M.-El hacer esto cae dentro de la potestad de los prínci–
pe,s,
[371]
porque, cuando matan, no lo hacen como si les
perteneciere en propiedad la vida de 1os hombres, sino por–
que administran la justicia en nombre
y
representación de
Dios, como nos enseña San Pablo. Pues Dios manda que sean
condenados a muerte los que, por sus malas acciones, perju–
dican gravísimamente al bien común, paira que de esta forma
puedan vivir tranquil:os los que viven rectamente. Por eso
Dios poue
la
espada en manos de los príncipes para que hagan
justicia defiendiendo a los buenos
[372]
y
castigando a los
malos. Luego lo que se prohibe en este mandamiento es que
cualquiera de nosotros pueda dar muerte a uno por su libre
voluntad
y
albedrío.
D.-Y las pail.abras "no matarás" ¿·encierran también la
prohibición de maJtarnos a
nosotr.osmismos?
[373]
M.-Indudablemente, pues a nadie pertenece conio
cosa propia su vída, por no haber sido creado el hombre para
sí propio, sino para Dios. Nadie, pues, tiene en sí potestad de
darse muerte a sí mismo.
[374]
Y si algún Santo o Santa
se la dió por no violar
fa
Fe o incurrir en adulterio, hemos
~ de
considerar que lo hicieron persuadidos de que de esta for–
ma hacían la voluntad de Dios. Quede, pues, sentado que
el
que se mata a sí nllisimo
da
muerte a un hombre,
y
es "prin–
cipalmente" el matar lo que prohibe este mandamiento.
[375]
D.-Y ¿por qué dices "principailmenite"?
M.-Porque es el dar muerte lo que sobre todo se ·veda
en este precepto, aunque no sólo esto, sino también "el azo.–
ta.iro herir" de cualquier modo que sea a ailguno de nuestro_s
prójimos. Más aún, Cristo Nuestro Señor,
al
declararnos este
punto en su Evangelio, nos mamda que no nos encolericemos,
7 26