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SUCASUCA MALLCU
El vasco quiso hacer' todo lo. posible para
pu–
lir su victoria. Y en e-s a tarea sti mente dicta a
la
pluma r ecuerdos fuertes de ingentes
heroísmos
· bolivianos,
y
cuando se tropieza con ' las sombras,
evocadas, de las mujeres aimaráes, crécese más
y
r asga el papel de arroz, pues se poDe alegre de
espectar las con la auster a d\ch a, de quien_ atesora
un a íntegra ilusión de la eternidad . Sebastián de ,
Segurola fué un estela de valor de su adversario,
y
en sus gestos de hidalguía, como lo!? puestos en
evidencia párrafos antes, dev uelve a la ameri cani- ·
dad 'liber ada parte de la gr andeza que su alma ad–
quir ió en el trato diario -con lo gigantesco del an–
cho
y
la altur del panorama andino
y
altiplánico
de La Paz.
Entendido estará que es ta devolución o pago
a la vir tuosa influencia terrígena en el distrito bo–
li viano de reJerencia, no impli ca que, a su vista,
• nosotros intentemos rega tead a los honores debi–
dos a su sentido de justicia guf'rr er a, porque este
vasco er a intrínsecamen te culti vado, v de· no ser
tal, como mill ares de españoles sin ,en tl:añas ni ma–
teria gri s donde corresponde, j amás hubiese per–
ca tádose del titanismo q ue vibra en el alma ame–
r icana dé los alt iplánicos 'a imaráes, porque no ha–
bría podi do , antes, entender q ue la gra ndi osidad
ma teri al de los Andes \' la ma ri na horizontalid ad
de la Puna se repi ten eri las' eseJiCias del alma cr io–
lla, mes tiza
y,
muchí simo más, de la aimará, cuan–
do ést as vibr an en el tono de lo apasionadp. .q ue,
~as
soledades de las never rn;
y
las pampas gust an
de acredi tarl e ma tices de lo dramáti co
y
lo trúgi–
co;
y
menos, mncho menos, pud iera reconocer ese
connubio de la na turaleza ambiente idealizada con