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ZACARIAS MONJE ORTIZ

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Oímos que se nos replica: Eso es incurrir en

el expediente de apoyarse en la existencia de los

providen.ciales y recostar el cuerpo para dormir–

se.

Efectivamente, el siglo XX ti

G.ne

la culpa del

descrédito de los hombres que han alcanzado la

revelación por sí mismos, porque en ws cuaren–

ta años, batió·los puntos alcahzados por otras, pa–

sadas, centurias, en esta producción r!e figurones,

charlatanes, pícaros o diestros simuladores que

han pretendido salvar a 'su respectivo

PJlÍS,

v a la

hora de la hora, no pudieron salvarse a s i rriismos.

No es así el lito de hombre excepcional, conocedor

directo, por haber permitido que cmnpla sl!l fun–

ción el Espíritu, previo sn adiestrarni Pn to perso–

nal en el arte de sofrenar a la mentalidad, que de

otro modo, -es decir cuandn es iucontrolada,–

con la imaginación caótica y las emotividndes in–

feriores, produce en política, filosofía, literat1tra,

e tc., los hisriones de la humanidad que medran

a costa del progreso de sus colectividades corres–

pondi entes, las que se quedan a trás

y

atrás, a la

cola de los países bien iluminados

y

conducidos.

La Universidad; la disciplina de gabinete, la

cultura gradualmente distribuida al común de las

personas, es necesario que exista

y

r eciba perfec–

cionamien to constante. Modifi ca

y

enriqu ece las

potencias de los hombres, en general, por mu cho

que, conforme al materialismo agresi'o de sus

académicos europeos

y

a a la europa. adolece de

trágica limitaciones dirigidas, finalm en te, con tra

las facultades potenciales de todos

y

cada. un o de

lo universitarios.

Lo gra ndes reformadores soc iale . los meio–

re filó

ofo~,

liridas de lo mejor; los conductores