ZACARIAS MONJE ORTIZ
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sacristán de Ayoayo, ese para muchos historiado-
res bolivianos, y• de América, inédito apedreador
de enemigos que le replican en las batallas con
proyecciones de plomo por medio de
armas de
fuego; ese adalid, es uh valor sugerente e ilustre.
Y
su recuerdo llegó fanto más hasta conturbarnos,
desde que advertimos que
estaba condenada su
actuación a permanecer o mal tr'azada o envuel–
ta en silencios nacidos del mal de ausentismo aue
padecemos los criollos en todas las repúblicas ibe–
roamericanas, y mucho más en Bolivia.
De ahí que este libro con varias dificultades
adquiere volúmen; porque cada mensaje, carta o
decreto de la Serpi ente GU¡ia, del sucasuca Liberta–
dor, illi\·ila a profun dizar en las san.tas <¡;avernas
de su alma arrodillada ante su esencia divin a,
y
hace qu e nos an toj emQs de ca
m
t-arle loas y rnás loas.
Y
por fuerza hemos de alejarnos del brote de sen–
timientos en absoluto propicios a es te hér oe. Así
lo m anda la austeridad del trabajo
y
ese pudor
de l hombre que enfría a rdores
y
dosifi ca elocuen-
cias.
·
El sel1or brigadier Segurola, en la plaza sitia–
da v embes tida de Kues lra Señor a de La Paz, se
puede decir que tení a en su
a ~r uc\a
la élile social
de dich ::! Yilla . lln a sue r te de c01·lc, afli
gidaper o
brillm·'l, rud .:aba al Corregidor,
y
en cua
n.toll egó
el
Com ~
nda nt e. aquel ·e quedó de cortes
an oy Lo–
dos p saron a la sombr a del gu errero.
La c ruz de Santi ago, su.
título. milita res en
ord n,
y
su decente famili a, ll ena ron de compla-