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SUCASUCA
MALLCU
sea evidente que defendía también su vida, no es
menos verdadero que deseaba concluir son las
amenazas revoluciona,rias a horca
y
cuchillo
y
des–
cuartizamiento,
á
fin de poder llevar su persona,
' bien empaquetada, al disfrute del oro
y
plata,
acumulados en las colonias bolivianas, bajo el
cielo natal. ¿Quién de los dos era, pues, más al–
truista, si de ambas conductas, valientes la ,una
y
la otra, hemos de s'acar conclusiones en provecho
de la dignificación ascendiente de la especie hu–
mana?
La respuesta a estos interrogantes es desfa-
vorable al europeo.
,
Pero no queremos anonadar al vencedor de
Tupakj Katari con sus propios laureles, en un tar–
dío ímpetu de glorificación del vencido, acompa–
lñado del esfuerzo emotivo de vengar su memora–
ble martirio a costa de otra memoria histórica,
perpetuada en gran parte sólo porque 'integra el
recuerdo de varios siglos de evoluci-ón en más de
dos tercios de todo el Continente Americano. Fue–
ra de que sería, de conseguido, un anonadamien–
to que poco trabajo
y
gloria nos diese, ){ malogra–
ríamos la intención que tenemos de obtener un
homepaje de la bolivianidad viviente . para uno
de sus más humildes prohombres ·de las campa–
ñas a favor de la democracia práctica, sin intere–
sarnos el origen de sus verdugos
y
opresores.
Y en
~ste
sentido, queremos hacer d.emosira–
ciones visibles de que esa nuestra voluntad es real
y
verdadera. Y tales cualidades se verifican cuan–
do leemos
y
releemos los párrafos en que el ma–
r iscal de campo de los ejércitos de España, don
Sebastián de Segurola
y
Oliden, echa tierra sobre
sus prejuicios, que rechazamQS, relativos a la sil-
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