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SUCASUCA MALLCU

lududable es 'que el vasco era hombre

dado

a ojear desde .cumbreras y miraba lejos. Era

un

auténtico montañes pulido en academia militar, y

en La Paz traginaba, sí, pero

ase~ado,

justamente

desde pocos días antes de la captura y ejecución

del caudillo del Sud y en vísperas de que el incóg–

nito Virrey ayoayeño se pronunciara, y mientras

en Paria, de üruro, se degollaba ya españoles, y

Tupakj Ainaru maniobraba para dar un asalto

sobre

lo~

chapetones del Cuzco.

Admitimos que se pueda oponernos

11\

obser–

vación de que no hay paralelismo, ni · probable,

.entre Tupakj Katarj y Sebastián de Segurola, mi–

litarmente. Esto es

ind~scutible,

porque el ayudan–

te de mayor es p rofesional,

y

el exsacristán

ape~

nas

s

1

i

se confía aJos r ecursos innatos de sus hom–

bres, que guerreaban 1na11iobrando en serranías,

en

grupo~

aguer ··dos y densos, Jlero de acuerdo

ca~

a

las modalidades de la edad paleolítica.

Pero en cuanto al fervor que cada uno de los

dos puso en la pelea, es bien cierto también que

había equilib1:io.

Y

todavía más que fervor, algo

inconmensurable y al margen de mínimas discre–

siones: Le dejamos al lector qüe tase el -contrape–

so de ambas figuras, después de leer esta cita en–

tresacada del Diario suscrito tpor el jefe español,

que dice:

" ...Puestos en aquella

(una eminencia

del terreno),

encontramos una pampa dilatada,

como de una legua, en las que cargando sobre· los

rebeldes con la caballería, se les puso en un mo–

menta en precipitada

y

desordenada fuga, hacien–

do una imponderqble matanza, de . modo que nos

faltaba tiempo

y

manos para acabarlos."

Al .in-

' tento no hemos querido ni marcar con bastardilla

la última frase de esta cita, que el lector puede .

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