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SUCASUCA MALLCU

a mula,

y

que los españoles respondieron con tiros

de pedreros

y

cañonazos. Se fueron otra vez a las

alturas los sitiadores

y

siguiei'Gn con sus andan–

zas,

f~stejos

"que los atribuimos a la celebridad

de S. Bartolomé cuyo nómbre tiene la india pre-

sa...

"

.

La guerra, .a pesar 'de que los sitiados dispa–

raban hasta con cañones, y no sólo con morteros

cuyos proyectiles eran }Yiedras, conservaba, .a pe–

sar de 'todo, las características tanto de un sitio

rutinario con'lo de las campañas de los ai:rrtaráes,

quienes, por haber perdido sus potencias de agre–

sión milenios antes, en sus peleas siem,pre deja–

ron el rastro del concepto semjmilitar de una cam–

paña bélica; esa guerra de Tupakj Katari, alter–

n aba los episodios de la ferocidad con los virgilia–

nos de la danza el) candena, al s0n de pánicas

flautas, fr enfe a frente, a las barbas del adversa-

rio.

.

Y

detrás ele la celebración de San Bartolomé,

el ·menos amigo de la raza americ.una no puede

negar que está el más íntimo sentimiento de con–

goja del hombre, que fué un C".onsciente esposo y

al amar a su consorte otorgaba a las mujeres de

las razas envilecidas del Continente, un desagra–

vio y el regio presente de la dignificación. Julián

Apasa , simple mortal, que no ·tuviera nada que ver

con la Historia, sería siquiera un ejemplo de lo que

los europeos tuvieron en s u Edad Media, la caba–

llerosidad. empapada aquí de sacrificio virtual

aún

cna~do

el caballet'o Katari se sintiese a ratos

vencedor.

.

Caballero Tupakj Katari, hemo<; cti cho v nun–

ca nos arrepentiremos por ello. C!'!ballero Katari,

contra quien la deslealtad de sus enemigos hizo