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Zl\.CARIAS MONJE ORTIZ

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dad no consintió en ser prostituí-da por ese cris–

tiano católico español, aunque dehnte de los jue–

ces, sitiados aún por Katari, el padre La Borda

era exespía que gozaba. de amplia libertad de pa–

labra e intención, y pudo actuar, para su privado

concepto del hon01·, en esa forma. valientemente.

Y la verdad al defenderse, le hizo

pom~r

al

cura La B01·da, esta declaración qne vindica, por

mano del autor de tanto vilipendio y deshonra, la

figura de Julián Apasa y la hace ' respetabJe

ante

nuestro juicio. El cura aquel dice en su informe .

que era Katari uno que gozaba d e reventarles los

ojos a los cadáveres de los r eos que mandaba a

ejecutar,

y

que se complacía,

a la manera del

imperator

que pro edió al señor Mnssolíni ,

~erón,

con

el

espectácul0 oe las angustias de aquellqs a

quienes él, Kata-ri, condenaba a muf'rte. Y que ter–

minaba, p01; Jas sumisiones del frayle éste o de las

pe otros camaradas suyos, en que se produjera la

gracia de indulto o peedón, y a ñade que, cuando

Katari entraba en magnanimidad, siempre clama–

ba ante su consorte:

"¡Por

hugo este perdón , rei–

na.'"

(Jumalaiku

akpampacht~,

Coya

!) ,

que La

Borda, en su testimonio en caste llano, conservó, al

-b·aducir, Ja legítim.a extructur-a

del pensamiento

aimara expresado en esta frase p r Katari , segu–

ramente.

¿Cautiva Ja reina , vacía la

cort~

fugaz, a quién

ofrendar más. perdones? La que éjerció el mando

en varios sectores del sitio, por veces, ya no sería

más la causa del afloramicntp de los naturales sen–

timientos de un

irpa

(guía) traicionado, a quien

no le interesat·a más la captura de aquellos sulta–

nes, en cuanto a lo sexua l, que eran los curas del

Coloniaje, y de esos déspotas sin entrañas,

los