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ZACARIAS MONJE ORTIZ

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y

la psicoanalítica deben anotar esta incidencia,

tan reducida, futil, acaso una IJamplina, pero dra–

máticamente emotiva. Posible es que, en vista del

envío, los sitiadores y Katari• hayan esperado res–

puesta de la cautiva. ¿Otra ingenuidad? Quizás,

porque también es

probabl~

que los carceleros de

la Virreyna, se hayan comido el pan y el queso,

guardádose los duros y, por medio de algún con–

fesor religioso, hayan hecho saber

a doña Barto–

lina que su marido andaba en juergas y bacanales

con cien mujeres a un tiempo, rlesde el 2 de julio.

Conocemos ya la ocurrencia, ft·uto de la an–

gustia, que hizo proponer Tupalcj Katari, todo por

ver a su esposa, a los españoles: q_ue la Virreyna

fuese intermediaFia de las ofertas de paz de los si–

tiadores, y que se indicara al jefe en qué lugar pu-

.diera •hablar éste con aquella. Conocemos la em–

boscada que e preparó al efecto, como si se di ese

curso a lo solicitado,

y

có{no el Virrey, buen mili–

tar, no mordió la carnada. Esta fué la última vez

que se habló del asunto, has ta el dia. Era fecha 5

de octubre; doce días despu¡;s eoncluía el sitio de

La Paz_ Mas, no importa

el

fracaso de las postt·e–

ras gestiones de rescate o siquiera de obtener los

m edios de ver

y

hablar a la cautiva ¡Jt·ocer: nos in–

teresa que el lector confirme nuestra positiva ver–

dad, que está en lo manifestado respecto a los al–

tos sentimientos de fidelidad del homb r e que va–

camos, hacia su consorte. Pat·a alucinar a los de-

,

sesp e rados sitiados, Katari llega hasta

ofrecerles

que se acercaría al sitio donde fuese "sacada" la

cautiva, para hablar con ella

y

darle instrucciones

a fin de hacer factible una paz definí

ti

va pm· su

mediación. Los sitiad s, mitad creídos, mitad astu–

tos, se allanaron

y

emboscada

y

todo,

satisfacie-