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SUCASUCA.
MALLCU
ron ap al'entem ente el pedido. Katari, no aceptaba
tram pas y no cayó en la de Santa Bárbara. Y pre–
firi ó mascar su dogal emotivo, despedirse desde
las cumbres de sus posic iones desoladas, sin pala–
bras
y
sin vistas, y seguir firme en
la demanda,
pues consciente fué de que unas son las penas pri–
va d as
y
otras las preo.cupaciones públicas p or la
Nación,
y
que és tas son s uperiores y deben ser so–
brellevadas con prefer encia por el bien general.
.Tampoco es- puro presumilrlo todo de nuéstra par–
te, porque ti ene ·el respaldo de he('hos históricos,
proba torios d e que Tup akj l{atari . si bien se an_–
gustia b a poT ver a s u lado a la Virreyna, alterna–
ba sus gestiones en tal sentido con golpes milita–
res d e resonancia. Y al grano: Fl Hl d e julio, a los
diecisiete días de la captura d e doña Bartolina, los
sitia dor es se acercaron en una fu t'iosa embestida
h asta la misJU;,Ísima iglesia de las .beatas
Recogidas,
la in cendiaTon
y
dieron a los sitiados un ¡:lrreba–
to m emorable, por ser la posición a llí import'ante.
No h ici er on m ás y se replegaron, pero para dar,
después de la última ges ti ón d e p az, el 10 de octu–
bre, su gran golpe mortal sobre el convento de San
F ran cisco, otro r educ to poderoso d e la ciudad si·–
tiada
y
q ue f ué presa d el fuego r evolucionario, con
el saqueo y desman telami ento de l a gr an di osa igle–
sia q ue hoy mismo poséemos como un lujo a rqui–
tecronico.
Lo d <:>
las Recogidas
y
d e San F ran cisco, sig–
n ificaron pa ra los españoles .un as melladuras
de
in tensa drama ticidad bélica. La de Sa n F rancisco,
especia}mente, ya que equiva lí a a que ni la cauti–
vi d ad de la Virreyn a, ta n solici tada pot· el j efe re–
volucionario, surtí a ef ectos de apaciguamien}o en
el ánimo de los siti ador es.