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SUCASUCA
MALLCU
Miramos las cumbres de Chicani, y también la del
Mururata; presumimos al otro lado de Pampjasi
o sea en la región transpampjasina , las honduras
tibias del norte de Irpawi; Kallapa, Anuliwi y la
cercana, desde ese habal dorado por las heladas,
Achumani. Consideramos cómo el varón celoso de
sus más púdi cos fueros, en un a tardecer parecido,
habrá buscado las mayores alturas al aguaite de .
alguna señalcilla distante que lE> mf! r case la ubica–
ción de la cálcel de su amada, v con el sol inver–
nal que siempre siéntese
·apurado de
hundirse
tras de la raya dramática de los Altos
paceños,
veía que el destino es taba planteado .
Y
en tonces,
el que hacía carn a un rey po tente, en el silencio
de aquella
pu1
a
é
· trema, _pro ternando su alma,
ya que no su rec ia figura de treinta años, cavila–
ba para ver si a la reiterada petición de resca te
Segurola i ia a ceder. ¿Ingenuidad
an~ericana?
Pasó un dia
y
otro no dejó pasar, porque el
10, a las' uarenta
y
ocho horas de su primera ne–
gociación del canje. remitió parlamento. Eran las
dos
y
treinta minutos de la tarde,
y
sus emisarios
avisaron a los sitiados que custouiaban el for tín
de la antigua plaza del Acho, que el jefe revolu–
cionario ofrecía o tra vez el canje entre las mismas
personas. La respues ta fué una eYasiva: que los
defensores de La Paz no habían rec ibido aún una
orden al respec to, de parte del f.c¡mandante don
Ignac io Flores. La banderHa blanca, como el otro
día, se retiró, virtualmente, a media as ta .
.Julián el cuitado; Jul ián el bravo que gemía
con el viento de las oq uedades por su soledad, a la
medi a hora, el mismo 10 de julio, mandó señalar
el ace rcami ento de otro parlnmen t:lrio, al amparo
de la misma enseña alba.
Y
los emisa ri os que fue-