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SUCASUCA
MALLCtJ
han sin que les fuera forzoso pagarlo por impor–
tación desde Europa. Hemos visto cómo para los
efectos de su defensa, sin vacilaciones, de un mes
a otro, llenaban sus arsenales impt·ovisados con
materiales bélicos suficientes, a cuyo efecto
la
Naturaleza pródiga, que parecía compensarles de
su soledad étnica v social, les brindaba las mate–
rias primas necesarias y fundamentales.
Claro que esta .especie rle autarquía impues–
ta por la política d el Monopolio, fué un fenóme–
no económico emergen te
y
fuera del cálculo sabio
de los amos europeos de
las excolbnias,
y
que
constituyó, a la vez, un tipo de autarquía empíri–
ca posible sólo en aquellos tiempos en que el mí–
nimo confort del hombre extranjero, en Améri–
ca, sería indecoroso para un individuo del ham–
pa de las
actuale~
ciudades amet·icanas. Empíri–
ca
y
todo tal autarquía fué una revelación para
el patri<;:iado del Continente; un soplo inspirador,
el punto de apoyo para palanquear el separatismo
y
la au tonomía de nues tras repúblicas.
De ahí es que las g uerras subsiguientes, pro–
movidas por los criollos, fueron posibles hasta cul–
minar con las victorias de la batalla de Ayacu–
cho, en el Bajo Perú,
y
con la del combate de Tu
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mu la en el Alto Perú; este méri to más cuenta en
el haber de los prectu·sores de la Libertad conti–
nental como Tupakj Katari. Sin su varonil empe–
ño y sin su marUl'io ejemplar, los continuadores
hab'rían tenido que empezar por el principio
y–
pasar las de Caín en el noviciado · del revolucio–
namiento.
~Además,
la dichosa autarquía enervó
la capacidad de reacción de los príncipes caste–
llanos, quienes lo pasaron confiados en que las
Américas no exigían especiales cuidados de go-