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ZACARIAS MONJE ORTIZ

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Altiplano, como las de la hoya paceña; por ellas

corre el eco

y

alcanza sobre eco infinitas veces,

hasta que llega todavía tonante contra los flancos

más altos de la propia cordillera andina. Por es–

ta razón, es muy posible que los sitiados desde

los emplazamientos de sus baterías, habrían ha–

bido veces en que poblaban el aire translúcido de

su plaza fuerte con tal abundancia de

estallidos

que se pudo dar la idea de que, esa parte del Cho

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queyapu, constitura un sector de líÍ1ea de fuego,

con intensa actividad , en ambos frentes, de una

moderna batalla en guerra de posiciones.

A eso se po<,lria agregar que los kataristas se

hicieron a fuerza de a,rr11·ojo, de muchos fusiles y,

prime ro , de dos cañones pedreros, que se los qui–

taron de las manos de un destacamento de prófu–

gos s·ora teños (larecajeños), en el borde de algu–

no de los Altos de La Paz, comandados los fugiti–

vos por don Gabino Quevedo. En el curso de asal–

tos

y

choques ex traurbanos, los revolucionarios

del Libertador Tupakj Katari , repitieron la proe–

za al capturar más de cuatro pedreros; en poder

de ellos, Katari, mediante los servicios del que él

creyó · prisionero tomado a los blanquillos, Maria–

no 1\lurillo, paceño, no se quedó quieto, pues ca–

ñon eaba desde el pequeño Calvario, Munasiñpa–

ta

(1)

(alturas de la Estación Central de FF. CC.),

laderas de Chchijini, etc., de lo lindo a los chape–

tones. Que Murillo, haya dicho a los sitiados, por

escrito, antes de que l{atari lo hubi ese devuelto

a La Paz, que cuando tiraba de los cañones sus

(1)

Munasiñpata, altozano del amor.- N. del A.