ZACARIAS MONJE ORTIZ
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ba a los segundos la explosión de los gases de la
pólvora a su vez quemada. Quiere decir que mien–
tras un soldado actual quema los
~inco
cartuchos
de una caserina, el chapetón tjraba, por diestro,
uno
y
medio balazos. Pero tales armas para tales
tiempos,
y
el mejor
armado~
llevóse las palmas
de la victoria, como siempre.
. En materia del resto del armamento, ambas
partes se iban por ahí: lanzas, hachas, picas, ga–
rrotes, etc., era la parte basta
y
pobre de los dos
ejércitos.
En lo que respecta a las etapas, los españo–
les llevaban la peor parte. No ha de ser aventu–
rado expresar que si no hubiera sido que, auxi-
. lios aparte de lgna io Flores
y
José Reseguín, an–
duvo el tiempo en calidad de su aliado, La Paz
se hubiese r <1ndido al hambre y sus defensores
no habrían dado l á última batalla, allá al termi–
narse los días de octubre de 1.781, antes de abrir
por capitulación las estacadas.
Es cierto que, parte del plan revolucionario
fué la de rendir a los paceños por suspensión ab–
soluta de lo's suministros de vitualla. Y esto se
produjo. Se realizó en forma esmerada, aunque a
costa de millares de víctimas que hacían los en–
cerrados en La Paz, cada tanto tiempo en que pre–
tendían romper el cerco
y
enviar hacia el este, el
norte o el sud por socorro contra el hambre.
Las montoneras de los altipámpidos y aun de
los del Río Abajo
y
·Ynngas, ocupaban las apache–
tas principales
y
tenían claveros en los caminos
de abastecimiento importante. El Alto de las Ani–
mas, los pasos de Obrajes a Achocalla, los de
Llojheta.; los Altos de Ancoanco, Potosí, Lima,
Chacaltaya, el Calvario, Agua de Ja Vida, Kgillik-