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SUCASUCA M'ALLCU
tiros eran intencionalmente altos para que no cau–
sen daño a los defensores de dicha ciudad ,es co–
s,a que no es de admitida con la misma llaneza
que se lo creyeron tal vez los de Segurola. Ni
que
hubiesen sido del alcance de los sesegta y cinco
milímetros, y aunque ambos bandos háyanse si–
tuado en campo de lucha del todo llano. Los aima–
raés controlaban su tiro desde los mejores pun–
tos de observación que puedan pedirse, cuales eran
todas las alturas que rodean a La Paz, en arco,
mayores y menores, más o menos alejadas del
perímetro de la población referida.
La superior' dad efectiva, indiscutible y que
decidió la L1e1rte de l a batalla, fué la de tener los
iberos fusiles. Por aquellos tiempos, el fusil
de
c!J;spa era como si ahora Bolivia pudiera tener
divisiones 1necanizadas. El fiusil de chispa era, pa–
t·a los nativos, una maravilla insospechada, en el
mismo grado que los arcab uces y mosquetes pa–
ra los an tecesores suyos del ti empo de Francisco
Pizarro . Cada rifle chispe ro valía por cien hon–
deros, así como en el Chaco una sección de ocho
ams. pes.
(1)
equivalía a un regimiento de mil
hombres armados d e carabinas mauser.
Llevaban en la caja, al extremo interior rrel
caño, mucho más corto que el d el rifle actual, una
llave que siendo móvil contaba con un pié de ga–
to en el q ue se fijaba el pedern al; al percutirse es–
te pié, sobre o contra un ¡·astrillo, rayado, de ace–
ro, arrancaba chispa del perd erna!
y
corri unicá–
ba así fuego al cebo, el cual, inflamado, ocasiona-
(l)
Ametralladoras pesadas.
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