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"quién es" significando "qué espíritu" residiría en aquella planta. la

manioca

(mandioca) o

yucá

que producía a veces la muerte

y

también

la vida me9-iant'e su alimenticia harina.

Luego agrega:

.

Todavía encontramos la palabra

yuca

con igual significado -de

"matar"- entre los

oyampis

del Brasil y los

cuma·nagotos

y los

ta–

Inanacos

de Venezuela.

*

*

*

S

OBERBIO espectáculo el del

hombre

mirando de frente a sus

ídolos. Transformándolos en plant.as, en truenos, en relámpa–

gos, en terremo"tos, en lluvias. .Haciéndolos felices y humanos.

Protectores o protegidos. Fuertes o débiles. Poderosos, milagrosos.

inexorables.

Guevara nos habla de árboles hechiceros, de gusanos que se con–

vierten en mariposas

y

más tarde en pájaros como el colibrí y de mons–

truos con figuras humanas.

Las selvas paraguayas y misioneras hacen temblar a la muche–

dumbre impávida con la sabiduría .de sus divinidades. Españoles

y

franceses levantan las viejas creencias guaraníes con la fe impuesta

en el relato por el hombre de América. La América de la Conquista!

Los datos que recoge Guevara hasta 1766, -en que ya existían co–

pias de su historia según las referencias de Andr-és Lamas- coinci–

den con los seleccionados anteriormente por el padre Luis Feuíllée

(1708) en su "Diario de Observac_iones" (1) y los no menos fantásti–

cos relatos populares de los árabes en la versión directa y literal de

Mardrus.

Con gesto de credulidad -informa Morales refiriéndose a Feuí–

Jlée- recoge

y

da fe sobre la existencia de peces voladores

v

de mons–

truos como el nacido de una oveja con cabeza humana . En la historia

de Sindbad el Marino, los árabes evocan la espantable figura del

kar–

I{ada!nn

con cuerpo de camello y cuerno de diez codos de largo al ex–

tremo del morro

y

en el cual se halla labrada también una cara hu–

mana. Coincidencia admirable de este

karkadann

árabe con el

kapra–

qán

de la mitología

quiché.

El abate Brasseur de Bourbourg dice que ese ídolo se ocupaba de

abatir los montes guatemaltecos. Era como el monte mismo en la cima

de los más altos picos éste poderoso Señor del Cataclismo. Aspero

y

"agrietado" sería si buscáramos en otros idiomas aborígenes la eti–

mología de

karka1dann, kapraqán, karkomasta

y

kanka-hanchi

que en

quíchua quieren decir -los dos últimos vocablos- "cuerpo cubierto

de grietas o sarna".

Ya no se puede dudar a esta altura de las investigaciones etno–

gráficas y arqueológicas, de la existencia de esos monstruos de la mi–

tología aborigen cuyos nombres parecen resonar en los acentos del

idioma, en las tradiciones más aú.tiguas, en la alfarería tipo dragón

analizada por Lafone . Quevedo (2)

y

en el eco remoto de las religio–

nes y los ritos de las culturas aztecas, mayas, guatemaltecas y quíchuas.

Hasta la versión de Guevara sobre ei relato de Barco Centenera

no podría tomarse como un aletazo arbitrario de la fantasía

0

conse–

cuencia de un delirio patológico.

Dice textualmente el cronista de 1766:

''Barco de Centenera refiere el caso de una mujer que vino en la

(1) "Un Hombre de Ciencias Francés en el Buenos Aires del Siglo .XVIII" por Er –

nesto Morales. "La Pre

nsa", 28 d

e Enero de 1940.

(2) "Catálogo Des·.:!riptivo e Ilustra.do de las Huacas de Chañar-Yaco" . Págs. 15

y

16.

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