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Hasta 1938, en que la obra del primero permanecía aún inédita,

seguíase sosteniendo que en lo que a'hora es la pr•ovincia de Santiago

del Estero no se hablaba quíchua sino tonoc·oté y cacano(1).

Todos los historiadores que buscaron fácil orientación en los archi–

vos de India

s y en los de S'antiago del tE:stero, Tucumán o Catamarca,

atribuyer.on

a estos idiomas el origen de muchos nombres geográficos

ind

ígenas que, efectivamente, no son quíchuas. Esta teoría fué acepta–

da como irrefutable por algunos arqueólogos y etnól·ogos conocido .

Si en el tiempo de la primera entrada de Diego de Rojas p or el año

1542, no se hablaba quíchua en la _provincia del Tucumán, como re–

pite Christensen, lógico era suponer que pred·ominase allí el tonocoté

y

cacano (2). Adán Quiroga y otros, asignan a estas lenguas una anti–

güedad tan remota como la cultura. descubierta en las excavaci·ones de

estos últimos años, pero los recientes estudios de Manuel Liz•ondo Borda

en "Tucumán Indígena" vienen a demostrar la procedencia aymara de

algunas p a labras cacanas. Juicio tan imparcial c·omo autorizado ro–

bustece la presunción de que los límites lingüísticos y

-i

por qué no!–

culturales de aquella humilde raza andina, abarcan proporciones ex–

traordinarias y de excepdonal arraigo en los pueblos del Noroeste ar–

gentino. Ejemplos magníficos que apoyan esta teoría son, sin duda, los

diseños y ref erencias de Laf·one Quevedo· acerca de las flechas, l (J s hu–

sos y las cabezas con deformación aymarítica halladas por él dentro

de las huacas extraídas de los

allpataucas

calclÍaqüíes (3) o por otros

estudiosos en los yacimientos arqueológicos de la misma región.

*

*

I

DIOMA s·onor o y activo, acusa todavía, a pesar de su contami–

n ación con el quíchua y el castellano, las partículas vigorosas

y ágiles de su estado embrionario. Sin embargo, Carlos Felipe

Beltrán advertía ya, en 1889, que de la pr•onunciación de las vocales,

emergía una série de combinaciones silábicas que dividió en dos ca–

tegorías: las que corresponden exclusivamente al quíchua y el ayma–

ra denominadas

onomatópicas

por tener origen en la imitación, y las

co~unes

con el castellano. Las primeras, que nacen de elementos fó–

nicos comunes, s,on doce y las segundas, diez y ocho. "Las consonantes

onomatópicas y comunes -agrega- se pronuncian con la vocal pos–

teri,or, como las mudas .del alfabeto castellano; ocho con la vocal

a

y

las demás con la vocal

e".

Pero para que estos caracteres no sean re–

chazados por extravagantes, el filólogo boliviano aconseja observar

una graduación gráfica tan natura[{iue pueda representar sin es–

fuerzo la graduación fonética.

Para conseguir ésto o·pina Beltrán que debe buscarse una simpli–

-cidad que excluya t·oda complicación (que sólo sirve para embrollar)

evitando las equivocaciones o confusiones entre los elementos ort.oló–

gicos. Nosotros hemos tratado de seguir este método. Y p·or él se ha

logrado que

las radic·ales se mantengan fulgurantes y vivas de–

nunciando su propia ley y que las frases verbales sean, como siempre,

(1) "Toponimia de la Provincia de Santiago del Estero" por Juan A. Christensen en

''Gentros más Importantes de la Población de Santiago· del Estero ·en 1916"

por Jorge Fernández. Buenos Ajres. Compañía Sud Americana de Billetes de

Banco. 1917.

(2)

Pedro Lozano en su Historia de la Compañía de Jesús, tomo

1,

pág. 436, dice

que dos len_guas "eran usuales entre esta gente: la qui·cho

1

a que hablaba co–

múnmente la juventud y la tonocoté que entendían los ancianos, fuera de la

suya, lule, que era vulgar entre ellos".

(3)

Catálogo Descriptivo ·e Ilustrado de las Huacas de Ch¡añar-Yaco (provincia de

Catamarca) por Samuel A. Lafone Quevedo. Talleres del Museo' de La Plata

1892, págs. 8 y 13.

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