ra dar alma y voz a las piedras, los árboles y el agua; para comprar
y vender, para cazar o sembrar, para cantar, bailar o morir, etc.
En algunos de estos sonidos, la actividad mental incorporó en el
lenguaje el símbolo de los colores que veremos representado en el ves–
tuario de las grandes ceremonias, en el arte de los tejidos, cuyos te- ,
lares se parecen tanto a los de los griegos de hoy mismo, y en la es–
merada combinación de los quipus, tan semejante con el espíritu del
moderno método pedagógico de Decroly para la iniciación de los ni–
ños de 6 a 7 años de edad en la lectura -escritura por el sistema ideo–
visual- motríz, a fin de que los colores sean percibidos antes que las
formas que implican, según él, un análisis más profundo.
Los quipus fueron comparados con los wampums
(1)
de los iro–
queses o collares de conchas yuxtapuestas, cuyas combinaciones for–
maban figuras geométricas de diversos colores cada uno de los cuales
tenía singular modo de expresión.
*
*
*
r
N el fondo de estos aspectos de la vida social, cultural y religio-
1::
sa del hombre americano, hay sin duda una armonía vital
y
profunda con la vida de relación de los indivíduos del resto de
las naciones conocidas. El helenista argentino Amaranto A. Abeledo
se formulaba ésta pregunta ante las famosas
rumas de Pompeya. ·
y extendió el brazo hacia el codiciado panal.
Plf: nteado así d dilema, quedaba todavía el recurso del más astuto. Y fué
entor.ces ·.::uan ao él concibió la idea del crimen. Enceguecido y feroz empuñó
su " ayri"
(hacha ) y emp
ezó a talar d árbo·l -rama t ras rama- ·de arriba
abajo -
hasta dej arlo mu
tila.do. Ella intentó seguirle en su des·.::enso•, gritán–
dole desde la copa: "ccáccuy túray" que qui ere decir en quíchua: "d tent"
h ermano". Pero él sólo oía la voz de la sangre enardecida. Qu·e.daban
úm~.:
..
mente puntas er izadas y filosas. "Guchunas"
(cuchillos) am l nazantes. "Phi–
chacas" (ef:pinos) qu e parecían brotar del árbol milenario por el c·onjuro a e al–
guna fuer za dominíaca . Espantado de
~u
propia ·Obra, él dió un trew e.ndo
salto desde la última "kcaclla" (rzma) y huyó con el estigma de su cobardía
haci~
el "supayra huasi" (casa del malo) de las tradicion cs quíchuas.
A todo esto·, la
absorb ~
nte hermana , con el alma turbada por la magnitud
hechizada del trance, entró redén en la comprensión de su egoísmo. Vencida
y débil volvió a llamar a l hombre fuert e, .desde lo alto del árbol:
-Ccáccuy túray, ccáccuy túray.
En aquella horrenda angustia la sorprendió la no·che. Pasó el tiempo. El
silencio y la. sombra aumentaron su eEpanto.
"Ccáccuy,
túray"
r•etumbaba
El eco de su voz P'or todos los ámbito·s del bosque. De pl'Onto sintió ansias de
volar. Las palabras tenían ahora un sentido ·extraño en su alma. El grito se
tr2nsformaba en canto•. Los dedos en garras, los brazos en alas, la boca en
pico . Desde el fondo de su ser, lanzó muy lu ego con violencia aterrado'l'a· la
frase fatídica: "ccáccuy, túray" -
e'
et . nte hermano.
Y en torpe vuelo atravesó la no·.::he
y
huyó para si e:mpre de la protección
bienhechora y fecu
ndantede Inti, símbolo de la verdad y de la luz, un pá–
jaro nocturno cuy.o
car.to adquirió En ese mismo instante, valoT genérico en
el quíchua y t f: mbién en el guaraní, dan ce tiene una interpretación auditiva
distinta, per_p• no arbitraria. El
urutaú
del Chaco y Paraguay según Holmberg
eG el
cacuy
de Santiago del Estero y
Tm~umán.
En aquella región, las V'Oces
cácuy, turay, se convierten en
uru, bu, urú, taú,
·consignadas por Manuel Do•–
mínguez en sus "Raíces Guaraníes".
"Ca-cuy-tu-ray" sería entonc es, igual a
u
de
cuy; ru,
de
tu; tau,
de
rau
o
ray,
aunque la l (yenda guaranítica no c
oincide con la quíchua del cacuy sino
más bü n -con la del crispín, otro pájaro america.no, que habla como el
cacuy,
el
chaja,
el
·venteveo,
el
pitojuan
y muchos otros más.
En C·Onsecuencia, estamos ante dos palabras quíchuas que dieron nacimien–
to a una de las l ey endas más alucinant es de nuestro folklore. Y lo que es más
interesante desde el punto de vista filológico: ante una palabra exclusiva de
la mujer.
El doctor Ri·eardo Rojas ha rec.ogido en "El P Pís de la SElva" una leyenda
c"el cacuy que concuerda En algunos asp ect' 'S dramáticos con !a relatada· por
don Benjamín Gómez al autor en el mismo lugar donde oímos por primera y
única vez, el ca.r to del pájaro l(gendario.
(1) V.endryes, Op. cit. pág. 431.
-34-
..