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La filología y el folklore vienen a explicar aquellos sospechosos

contactos, tomando en cuanta la ideología mítica de las manos llama–

das de Moundville, descubierta en el arte religioso de Fenicia y en

los yacimientos de Yucatán, Perú, E'cuador, Colombia, Alaska

y

San–

tiago del Estero. .

los arqueólogos Emilio y Duncan Wagner

(1)

les

parece esta correlación -cuyo hallazgo les pertenece íntegramente–

cada vez más verosímil y declaran que tanto en el dominio material

como en el espiritual, el

intercambio

de elementos de cultura no se

ha efectuado, en la gran mayoría de los casos, al final sino al comien–

zo de los procesos culturales -lo que parece exacto-' y que las ma–

nos pintadas de rojo y negro, encontradas en gran cantidad sobre la

alfarería dtual de Santiago del Estero fueron, quizá, los emblemas del

culto del dios Mano, adorado en el Yucatán por los antiguos mayas

bajo el nombre de Kabah, "el de la mano poderosa".

Por Henri Berr sabemos, sin embargo, que la ''aparición" de la ma–

no

y

el lenguaje señala el fin de la historia zoológica y el principio

de la historia humana. Y si vinculásemos con esta hipótesis el contenido

mítico de una de las numerosas leyendas de Takjuaj, el dios de los

matacos, recogida por E'nrique Palavecino (2) , nos encontraríamos an–

te una nueva teoría.

"Takjuaj -según el relato del indio Antés, mataco de Bazán–

salió a buscar otras cosas, pero como no tenía mujer, andaba solo.

Necesitaba mujer, pero no la encontraba. De noche, cuando era obs–

curo, dormía con hembra, pero no era mujer, era un brazo solo. A

medianoche, quizo fornicar y metió el miembro entre los dedos del

brazo. Al cabo de un día, el brazo se preñó, se hinchó y al día si–

guiente dió a luz una mujer pequeñita. Ella sola se puso a bailar y

después de dos días fué creciendo

y

se puso grande: entonces se casó

con Takjuaj".

Si esta concepción simplista del origen de la especie humana se

ha conservado a través de los siglos entre los pueblos nómades

y

menos civilizados tan viva como en las láminas y la morfología de las

lenguas, es lógico suponer el alcance mental del hombre primitivo

asociando a un acto de masturbación la chispa de la existencia vital

que en la alborada de la razón comenzaría a nutrirse de las misterio–

sas fuerzas que lo r

odeaban.

El óvalo que se

desta.ca

en la palma de la mano de Moundville

no sería entonces un

ojo, sin

-o un sexo

(3).

*

*

*

l

STA concurrencia de testimonios tiene su importancia en el co–

l::

nacimiento social

y

místico de las razas aborígenes. Ya hemos

dicho que en casi todos los grupos lingüísticos. las palabras

tuvieron un sentidQ religioso. En los idiomas americanos, su estructu–

ra. su es.pontaneidad

y

su espíritu denuncian aquel origen. Existen

(1)

(2)

(3)

"La Civilización Chaco-Santiagueña", por Emile

R.

Wa.gner y Duncan L. Wag.

ner, Buenos Aires, 1932.

Op. cit. Pág. 265 .

Alfonso Caso en su estud·io• cobre el Arte Pliehisitórico

1

en "Veinte Sigl·os

de Arte Mexicano" asegura que la r egión centroamer icana recibió influencia

del sur

y ,

por ·ejemplo, el .arte de fundir

y

tTabajar -los metales e•s indudable

que fué intr.oducido •en México.

Una figura ·esculpida sobre piedr a. negra, de la culturla maya tiene notable

semejanza con la leyenda del mito m ataco. El símbol·o de la mano! -aparece so–

br e la insignia del dios Kabah, el cual s e presenta con el brazo derecho más

gruesO' que él izquierdo , apoyadc, sobre una bola

y

a lo¡:; pieSI, en primer plano,

una mujer con los atributo§ de las bailal'inas antiguas sostiene un símbo•lo que

r epresentaría acaso, un falo. En la misma figura se destaca también una cruz

que, como

s~

sabe, era. conocida por el hombre de América antes de la con–

quista .

V.

"La Civilización Chaco-Santiagueña" por Emilioo

R.

Wagner

y

Dun–

can L. Wagner. El nombre de la mano es K

1

aib-ul

y

quiere decir: "mano mis–

teriosa". N. del A.

-31-