JOAQUIN V. GONZALEZ
Ios y las leyes que atan
al
hombre sobre el plane–
ta, pidiendome revoltosos y encolerizados, la
liber~
tad absoluta, y alli, tan cerca de los astros, de
la
sombra infinita, de la nada pavorosa y absorbente,
he oeseado mil veces tender los brazos
y
arrojar–
me inerme en el vacio.
Tiene la
f
lo'i
del aire
entre Jas avecillas nativas
una compafiera, un ser como ella, blanco con su
misma blancura,
y
de plumaje suave como sus ho–
jas. Llamanle en mi tierra
la monja,
porque siem–
pre vive triste, piando tan bajo como si orase en
secreto, y porqu'e nunca se ha sabido . de cierto la
novela de sus amores
ni
de su nido ; diriase que
es tambien otr0 espiritu huerfano, errante, en bus–
ca de una redencion prometida, o condenada a llo–
rar por las selvas del mundo la perdida ventura.
Ella no huye de los hombres, sino cuando se acer–
can a tocarla, · y entonces parece en su fuga una
hoja seca, una pluma de cisne levantada por el aire
pasajero. El alma de la gente montafiesa es
po6-
tica, sensible,
y
ha indagado la historia del paja–
rillo n:ielancolico. Sabe que
fue
una joven, enamo–
rada de un imposible, de un caballero del bosquC,
de un Lohengrin de ignorado y quiza celestial ori–
gen ; viv·ieron mucho tiempo solos, amandose y can–
tando juntos las canciones mas ' apasionadas, pero
de un amor ideal y mistico que nunca debia con–
"Vertirse en fuego de himeneo. Su idilio era asi,
tan delicioso como intimo; deslizabase
a;
la orilla de
.las sileneiosas vertientes, a la sombra de los
aromas;
alimentabase de las plantas silvesttes y bebia·n el
licor de las flores en la hora del alba, cuando en
el .fondo de los calices aparece depositado como en
copit:a.sde cristales d.e ·colores. Empezo un dia "'