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JOAQUIN V. GONZAI.ltZ

amada preferida, porque apenas pasa su reino fu–

g1t1vo,

la

inmensa flor del cardon corpulento se

ncoge, se contrista

y

esconde el riqufsimo perfu–

me de un instante. Durante la noche, la flor se ata–

via para la cita cautelosa; van

y

vienen s"!rvidores

alados por todas direcciones, unos a traer del arroyo

una gota de agua, otros un grano color de rosa o

de oro para matizar su excesiva blancura, y yo he

podido contemplar alguna vez un detalle de impe–

recedera impresion, al pie de uno de esos gigantes

e!>pinosos

y

en 'tlledio de una obscuridad profunda:

en la cima del cardon abriase una de sus flares

y

llegaron en rapido vuelo dos luciernagas de gran–

des focos; asentaronse en los hordes de aquel ca–

liz de nieve,

y

luego penetraron en su interior, cual

'si lo hubiese elegido por lecho nupcial. En el fondo

negro de las rocas, la flor fulguraba como una co–

pa llena de licor luminoso, que invftase a un fes–

tin a los geranios de la noche. Luego vinieron ese

silencio

y

esa brisa precursores de la alborada, y en

cuyo intervalo se cruzan la noche y el- dia: parece

que hubiera emocion en todas las plantas, movimien–

tos de expectativa y de acomodo en las flares, co–

mo si diesen el ultimo toque al vaporoso traje de

la solemne ceremonia. Cuando la primera franja

rosada del horizonte dio la sefial senti descender

una onda de deleitoso perfume, 'como si aquelJa flor

de lucido marmot se hubiese inclinado para hacerme

libar de su licor selestial a sus bodas con el dia na–

ciente. Pero apenas el primer rayo de sol colora las

aristas del monte, la esencia de la flor evap6rase en

el espacio, o sumergese en el coraz6n del tallo

'(.-o–

losal, donde no Hegan los punzantes dardos ; apenas

se ostenta ya, durante el pasaje del astro por el

fir-