JOAQUIN V. GONZALEZ
irboles en cuya copa se yergue, como para embria–
garse de luz; todas quieren abrazarse a su pedes-–
tal, aspirar un <homo de la savia que le da belleza.
blancura y esplendor extraordinaries. Y to<lo ese
conjunto deslumbrante, la pompa de los colores
y
de las formas, la gracia de los movimientos y las
actitudes,
l
que son sino
el
atavio real,
el
decorado
suntuoso de la montafia, que aparece, no obstante,
como un hacinamiento desmedido e informe de ro–
cas sobre rocas, de cumbres sabre cumbres, de abru–
madoras alturas, de aniquilante pesantez y de es–
pantoso y brutal aspecto? Si al ascender los flan–
cos sombrios os asustan el alma las rigidas formas
asomadas sabre
el
abismo, como enormes endriagos
forjados por el vino de la bacanal, en cambio, lpor–
que no agradeceis con una sonrisa el regalo gentil
de la flor levisima, que parece saltar de la caverna.
medrosa para acercarse a vuestros labios o acari–
ciaros
el
rostro ? Si os hace estremecer
el
estruend<>
de las moles desencajadas, o del trueno, reventan–
do en las entrafias obscuras, en cambio, I con cucin–
ta dulzura de acordes
y
embriaguez de melodias, os
invita despues a reposar el alma fatigada, sabre el
cesped de
SUS
manantiales, enviando alrededor de
vosotros toda la carte de sus trovadores, y la co–
rriente apacible de
SUS
rafagas conductoras de fres–
curas
y
de aromas
!
1
Asi como la suprema esencia
de la poesia alienta y late en lo intimo de nuestra
armaz6n humana, un alma invisible, la fuente de
toda armonia, color y perfume, vive
y
se agita con
impulses creadores en el seno profundo e inexplo–
rable de la montafia I
Cuando, despues de muchos afi0s, ya convertido
en hombre, cubierta de sombras
el
alma, llena de