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i.JIS

MONTABAS

ll81

mamento, como uno

quedado solos en un

ronado.

de esos ornamentos que han

fragmento <kl capitel c:lesmo-

Simbolo senciflo y pur-0 de las almas rusticas, ese

aroma solo se manifiesta al observador amante que

sabe arrancair la revelaci6n, asi como el sentimien–

to de aquellas jovenes campesinas, apenas percep–

tible al

mun.do,

pero que derraman los tesoros de

sus corazones incultos cuando se les habla el len–

guaje conocido, el que, como nota unisona, despier–

ta en ellas la armonia hermana; es la voz de la na–

turaleza semejante a la de los grandes . templos,

donde el esfuerzo material no basta, si de lo intimo

del ser no brota al mismo tiempo el sentimiento

religioso, el arrebato mistico. Entonces

el

canto tie–

ne resonancias

y

matices que conmueven y vibran

bajo las b6vedas, como si llevase en sus ondas

flui–

dos del espiritu del artista.

La

naturaleza no es otra

cosa que un templo - ya lo dijeron los poetas -

donde debe penetrarse lleno de unci6n y de fe, pa–

ra recibir de ella las revelaciones intimas, los clo–

nes de sus riquezas ocultas; tonos

y

ritmqs nuevos

para las arpas, colores

y

cuadros desconocidos pa–

ra el pincel que quiera reproducirla, para la poesia

toda su alma y todos sus solemnes misterfos I

.

Para mostrar a los profanos

y

a los incrCdulos,

a esos que no ven y no traducen lo que vive debaju

de las formas rudas, asperas

0

salvajes, que tiene

tambien las galas comunes de toda la tierra, la flor

deJ aire puede llenar sus manos de mil flores, de

las que tejen

SU

tapiz donde levanta

SU

aereo tro-

00 ;

todas ellas la siguen, escalando los troncos o

los pefiascos, arrcrstrandose a la margen de las co–

rrientes, estirandose

y

cubriendo de enredaderas los