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MONTABAS
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mamento, como uno
quedado solos en un
ronado.
de esos ornamentos que han
fragmento <kl capitel c:lesmo-
Simbolo senciflo y pur-0 de las almas rusticas, ese
aroma solo se manifiesta al observador amante que
sabe arrancair la revelaci6n, asi como el sentimien–
to de aquellas jovenes campesinas, apenas percep–
tible al
mun.do,pero que derraman los tesoros de
sus corazones incultos cuando se les habla el len–
guaje conocido, el que, como nota unisona, despier–
ta en ellas la armonia hermana; es la voz de la na–
turaleza semejante a la de los grandes . templos,
donde el esfuerzo material no basta, si de lo intimo
del ser no brota al mismo tiempo el sentimiento
religioso, el arrebato mistico. Entonces
el
canto tie–
ne resonancias
y
matices que conmueven y vibran
bajo las b6vedas, como si llevase en sus ondas
flui–
dos del espiritu del artista.
La
naturaleza no es otra
cosa que un templo - ya lo dijeron los poetas -
donde debe penetrarse lleno de unci6n y de fe, pa–
ra recibir de ella las revelaciones intimas, los clo–
nes de sus riquezas ocultas; tonos
y
ritmqs nuevos
para las arpas, colores
y
cuadros desconocidos pa–
ra el pincel que quiera reproducirla, para la poesia
toda su alma y todos sus solemnes misterfos I
.
Para mostrar a los profanos
y
a los incrCdulos,
a esos que no ven y no traducen lo que vive debaju
de las formas rudas, asperas
0
salvajes, que tiene
tambien las galas comunes de toda la tierra, la flor
deJ aire puede llenar sus manos de mil flores, de
las que tejen
SU
tapiz donde levanta
SU
aereo tro-
00 ;
todas ellas la siguen, escalando los troncos o
los pefiascos, arrcrstrandose a la margen de las co–
rrientes, estirandose
y
cubriendo de enredaderas los
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