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JUS :UONTABAS

El escritor que ha comparado la Tianura de mi

Provincia con

la

Palestina, ha tenidO' una vision

local

y

por elJa ha calumniado al conjunto. Cuando '

el viajero abandona

La

Rioja para ascender la mon–

tafia, cruza por un campo desolado y desnudo de

vegetaci6n decorativa, pero cubierto de cardones,

gigantes, deslustrados y tristes, cual si fuesen co–

lumnas de una ciudad derruida, levantandose sabre

los escombros desaparecidos. Toda a su lado se cu–

bre de su diisma mclancolia; parece llorar con ellos

la perdida opulencia ; pero en el fondo del cuadro

se alza la montafia, alli, muy cerca, ofreciendo abri–

go, frescura y recreo. Los soles del estio abrasan

el

aire, y sus rayos devoran los brotes de la tit>rra, la

hierba espontanea de las campos y toda esa vida que

forma el matiz

y

el colorido de las campafias di–

chosas. IAh

!,

pero los pintores de la na:turaleza, si

no la aman y el amor no mueve el pince!, o la plu–

ma, suelen recibir de ella

el

j

ustO castigo por su

irrespetuosa profanaci6n, porque tiene tambien

sus caprichos, y a veces oculta, como orgullosa de

SU

pobreza,

SUS

mejores y mas hellos adprnos.

l

Quien, si no ha vivido en su intimidad

y

su pri–

vanza, podria sorprenderla en los momentos de des–

plegar los tesoros de su hermosura esquiva? Aque–

Jlos catus macilentos y tetricos, que a veces pare–

cen candelabras abandonados de una procesi6n de

ciclopes invisibles, tienen una epoca de transfigu–

raci6n y tina hora de esplendidez y de gracia : es

la epoca en la cual

SUS

grandes flares empiezan

d

abrir las calices blancos,

y

la hora en la cual vier·

te par ellos, como brindis nupcial a la primavera,

una gota de su aroma, como si fuera un soplo de

su vida.

Es

la hora del alba ; y debe ser ella la