MIS
MONTA~AS
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do exterior, y que amor a lo grande, lo supremo,
lo divino, en medio de ese extasis, en el seno in–
timo de la montafia, alli,
j
unto a su coraz6n, sin–
tiendo su latido interno, oyendo sus secretas confi–
dencias traidas por los millares de mensajeres de·
SU
alma difusa
!
Os creeis, sin duda, y con toda la
sensaci6n de
la
realidad, reclinados sebre el seno
de la mujer querida, ausente o deseada; sentis caer
sobre vosetros los reflejos de sus miradas, la oncla
cmbriagadora de su aliento, escapade entre las dul–
ces palabras de la pasi6n, y la caricia casi impal–
pable de su mano, posandose timida sol>re
el
cabe–
llo, asi cemo ese airecillo perezoso de las noches de
estio, cuando encantada la naturaleza de su pro–
pia hermosura, ni siquiera se estremece una ho–
ja, ni se altera la cadencia de la musica nocturna,
ni rielan los astros, inm6viles por temor de des–
pertarla. 1Ah
!
dariais la vida, toda la vida, por–
que no se desvaneciese aquel encanto, por pasar
sin sentirlo de la existencia material a ese otro mun–
do de la imaginaci6n, Cle la idea, en el cual seriais
uno de tantos geniecillos 'llades, incorp6reds, pero
radiantes de sobrehumana belleza. Yo no quiero
transmitir en estas paginas, que llevan mi alma, im–
presiones engafiosas ni mentidos sentimientos; pe–
ro he de decir que en esas horas de contemplaci6n
y de soledad, en media de la montaiia, y sobre la
roca enhiesta bafiada apenas por la visl11mbr e de
las estrellas, he sentido fuerzas e impulses cxtra–
fios, que me aislaban de la tierra y de sus gentes,
incitandome a abandonarla, a difundirme en
el
cie–
lo
entrevisto en la. meditaci6n ; he sentido llegar
a
mi
pensamiento, como un torbellino de nubes tor–
mcntosas,
todas mis afecciones humanas, los vincu-