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JOAQUIN V. GONZALEZ
y para facilitar la carrera v el fuacionamiento de!
lazo
y
de las
boleadoras
e~
terreno abierto, o bien
para obligadas a pasar por parajes estrechos, doade
seran aprisionadas sin mas recurso. Cuando cada
uno ha ocupado la posicion sei'ialada, las cinchas es–
tan bien seguras, los lazos armadas
y
fuertemente
fijos por la presilla de! extrema, los perros, los
heroes del combate, grui'ien de impaciencia, sujetos
de] collar, esperando
el
grito de guerra.
Hay un momenta de solemne agitacion en todos
los pechos, y de pensar en los peligros que antes
el entusiasmo no dej6 calcular ni prever. Nosotros,
mi padre y mis hermanos, apostados sobre una co–
lina dominante, presenciamos con las emociones
mas profundas y diversas el cuadro que comienza,
la
escena de corte epico, iniciada con espantoso es–
trepito de relinchos de furor, au\lidos de pelea, gri–
tos desesperados
y
desacordes, tropel de angustio–
sas carreras, crujidos de ramas rotas, alaridos fe–
roces o dolientes de lucha a muerte,
y
todo repro–
ducido por los ecos
y
cubiertos por nubarrones de
polvo.
Humaiti, contenido con gran esfuerzo por los
gritos de su amo
y
por la mano ferrea de un ne–
gro atletico, no pudo esperar mas tiempo,
y
lanzan–
do un ladrido que estremeci6 las serranias, cual un
toque de carga en trompa guerrera, d,i6 la serial de
la lid, y de un solo salto, un salto inverosimil, cay6
de improviso en medio de la tropa, como desde el
follaje de un arbol cae de subito el tigre sabre el
rebai'io que pasa. Un relincho agudisimo y doliente,
mezcla de furor y de espanto, le responde, y le–
vantando un torbellino de arena la manada empren–
de desesperada fuga.