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JOAQUIN V. GONZALEZ
altanera algun torito retoz6n
y
engrefdo, amenazan–
dolo con su aspecto bravio, como de mozo penden–
ciero.
i
Eso si que Humaita no lo tolera
y
lanzando
su ladrido formidable, que repercute de cumbre en
cumbre, de un salto descomunal se precipita sobre
el osado provocador, a quien el subito espanto pone
en fuga hacia arriba por las cmpinadas pendientes,.
hasta que
d
noble perro, satisfecho su legitimo or–
gullo, vuelve, como sonriendo de su travesura, a re–
cobrar su puesto en la columna viajera.
Placido esta el dia y Ueno de sol otofial que no
deslumbra ni quema, pero aclara la atm6sfera hasta
hacer perceptibles los menores accidentes del cielo–
y
de la tierra, ya fuese en las mas lejanas serra–
nias, ya en los valles vistos de tiempo en tiempo por
alguna abertura repentina, entre dos conos eminen–
tes; porque los senderos, ora bu scan el lecho are–
noso de las corrientes, ora costean y ascienden en
ziszas los planos inclinados de las cuchillas, eriza–
dos de pefiascos y de zarzas, o remontando hasta las–
cumbres mismas, nos permiten pasear la mirada por
los cuatro vientos, dominando horizontes remotos en
cuyos fondos turbios o azulados se dibujan al Occi–
dente los Andes limitrofes, al Oriente la llanura in–
mensa, que s6lo termina
alli
donde los anchos rios,.
con el caudal inagotable de sus vastos senos, vier–
ten en el Oceana
el
limo fecundo de la tierra ar–
ge.ntina. Alli hay que suspender , la marcha porque
los .ojos se difunden en el espacio abierto, las alrnas
sienten impulsos de alas gigantescas por lanzarsc
mas aniba de los mas altos vertices, y los pechos
detienen su batir incesante para absorber en un
diastole prolongado la infinita plenitud de los ai–
..-es. . . Sacuden el espiritu ansias cle dar un grito-