MIS MONTARAS
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vez de cerrarbs con repugnancia. Centenares de
krneros encerrados par la noche, claman casi con
acento humano, todos a un tiempo, por la ubre ma–
terna, alzando un vocerio aturdidor. Las mujeres
de la hacienda salen luego con grandes cantaros
y
tinas, asentados en la cabeza sabre el
pachiquil
he–
cho de hojas de retamil1o o de algarrobos nuevos, y
arrollados en las desnudos pero fornidos brazos las
tientos
para amarrar las cri;s impacientes, rnientras
ordefian. Corremos a presenciar ·ei::ta faena
y
a apr0-
vechar la leche recien salida, caliente, confortante
y
conorados los vasos de espuma, que sorbemos a
todo pulm6n.
.
En otro sitio se sacrifica una vaca para el avio,
recogiendose en bateas la sangre para los galgos y
las "bulldogs" de presa, las amigos de cuya compa–
fiia
y auxilio no es posible prescindir;
y
en aque–
lla epoca gozaban de fama y de respeto en toda la
com.area dos de ellos: Humaita, el rey de la jauria,
corpulento y membrudo como un Ie6n, y a cuya fuer–
za no hubo novillo embravecido ni venado gigan–
tesco que resistiesen;
y
Curupayti, menudo como
ardilla, pero astuto sin rival para elegir la ,Parte
donde habia de morder a Ia presa cuando se apar–
taba del
rodeo,
promoviendo el desbande de los de–
mas,
y
asi, dejabala sin movimiento,
0
entre todos
b derribaban. Respetabamos a Humaita, asi como
a un scmidi6s de la fuerza; queriamos a Cnrupay–
ti porque era travieso y carifioso con los amitos,
micntras en el prime:·o veiamos un senor terco y
grave, grufiidO'.
y
despota, que, si bien no nos ofen–
clia, nos trntaba con cierto desden. Mi padre lo
amaba con locura; confiaba en
el
la vida, como en
una potencia sobrehumana,
y
par
el eco de sus la-