JOAQUIN V. GONZALEZ
mitir lo primitivo, lo salvaje, lo grandioso. El dia
se ausentaba,
y
el enjambre de los condores seguia
girando con la misma estoica serenidad en remoli–
nos innumerables ; repercute de subito el rui<lo de
un eco de un ruido extrafio, que las rafagas con–
<lucen de muy lejos, el relincho del potro ind6mito
que pace
y
retoza en sitio distante, o una piedra que
se desquicia
y
se estrella con estrepito detras de un
cerro vecino, y se ve entonces a uno de los buitres
desprenderse solo de la ronda,
y
volar hasta
el
pun–
to donde resonaron el relincho o el derrumbe, vol–
viendo en seguida a conti:nuar
la
jira. Si durante
el
dia no han desaparecido sus temores, no aban–
donaran la region, :a.unque la noche los sorprenda ;
antes bien, la esperan, porque a su amparo,
y
cuan–
do todo descansa, ellos
descender.inal fin a gozar
tranquilos de la ansiada cena, en la cual la res
ex.a -
nime se rodea
y
se cubre de aquellos voraces
y
si–
lenciosos convidados, qtte
la
desgarran, la mutilan,
la descuartizan, la desmenuzan, arrancandole giro–
nes de carne, abriendole
el
vientre con sus cuadru–
pJes pufiales, qtte luego son garfios para extraer ca–
da uno una viscera: el coraz6n desprendido de sus
profundas raices; el higado chorreando sangre ne–
gra; los intestinos dispersos o enredados como cuer–
das entre aquel laberinto de plumosas y calludas pa–
tas, que se los disputan, estirandolos para cortar –
los en pedazos.
Alla,
uno ha enterrado sus fcrreo:>
ganchos en la cuenca d el ojo inm6vil de la victima,
y
apoyado en la pata izquierda tira con fuerza her–
cwea; 6vese un seco estridor de fibras v musculo,;
que se
r~mpen,
y
el
corvo pico r asga de;pues la su –
plicante pupila.
El cuadro se desarrolla en un rinc6n tenebrn-