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MIS MONTA:RAS

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los rinde la fatiga, reposan sobre una roca, para

emprender de nuevo

la

peregrinaci6n. Muchas ve–

ces, no obstante, se los ve revolotear en enjambre

a

grandes alturas,

en

drculos concentricos, alrededor

de un solo punto,

y

sin que su ronda parezca tener

fin; todos miran hacia la tierra, al fond0 de

tm

va–

lle o al interior de una selva.

t

Quien ha tocado la

Hamada que los congrega desde tan remotas dis–

tancias? Uno de ellos olfate6 o divis6 la presa al

pasar, y levantindose a enorme altura, para que lo

vieran los mas lejanos, comenz6 a girar sobre aqueT

paraje, donde una victima olvidada del cazador,

la

mula viajera caida de cansancio, o la cria abando–

nada al nacer por el ganado

0

el rebafio, ofrecen

alimento a todos las c6ndores de la comarca. Aque–

lla es la •sefial convenida de reunion, y uno a uno

van llegando _y siguiendo al primero en sus circn–

los interminables, hasta hacer imposible contar el

numero,

y

hasta nublar levemente el sol, como una

negra tela que

el

viento removiese sin cesar;

y

pa–

recen acometidos por vertigos, ebrios

de

dar vuel–

tas por la misma 6rbita; la vista se fatiga en vano

siguiendolos, porque · ninguno de-sciende al '

plano

mientras un vago peligro, la presem:ia de un obser–

vador, un viajer-0 que costea a lo lejos una

fakla

del monte, nna nubecilla de humo que anuncia

vi–

vienda humana, les advierten que el fest In va a ser–

interrumpido, o

que

tal vez ha mediado

el ardi<l del

hombre

p<.

ra

darles

r;:aza.

He

observado

mil

vece~

esta escena,

ya

dunrnte

mis Viajes, ya desde ,

1

viejo corredor de un ran–

cho de

la

hac.ienda,

perdido entre

J.os

valles de la

montafia, o entre la!. rocas de una ladera

pas~osa.

Mas quicro situarme en lugar solitario para trans-