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JOAQUIN V. GONZALEZ

tel,

tan alto que no me fue preciso inclinar la ca–

beza; marchaba sobre un pavimento de grandes ro–

cas encarnadas, y por debajo de una b6veda cuyos

troncos

y

arcos no se derrumbanin sino por el sa–

cudimiento terrestre que derribe la montafia misma;

porque el admirable arquitecto que la construyern

no hizo

mas

que horadar una mole compacta con el

mas sutil y poderoso de los instrumentos-el agua–

experimentandola con la mas irrefutable de las

pruebas-los siglos.

A cada palmo que adelantaba, la obscuridad s.e

hada mas profunda, y nuestras voces repercutian

con esa resonancia propia de los

subterraneo~;

pero

luego fuimos sorprendidos por una claridad que pa–

reda venir de una alta claraboya, abierta en la par–

te superior del cerro ; y al llegar a donde

el

haz de

iuz heria el fondo de la cueva, mire hacia arriba,

y muy alto, a traves de la abertura por donde res–

pira el pulm6n · de la montafia, pude ver el azul

del cielo,

y

algunas aves cruzar por delante de el,

como se ven pasar los corpusculos errantes de la

a1m6sfera por

el

campo de un telescopic. Reinaba

el silencio;

ni

una respiraci6n, ni un graznido, ni

un murmullo que denunciasen la presencia de seres

animados. Los c6ndores habitadores de la cavema

la habian abandonado, para volver a la noche a

ocupar sus nidos cavados en el gi:anito por las fil–

traciones incesantes, o por las ferreas garras en al–

guna blanda masa de greda o arcilla; y tambien,

formado de ramas de irboles de la comarca, en la

.Cpoca de los amores, cuando todas las aves circu–

lan por el espacio llevando en los picas gajitos se–

cos, manojos de paja mullida y amarillenta, hoja–

rasca desprendida par el viento, para preparar los