180
JOAQUIN V. GONZALEZ
tel,
tan alto que no me fue preciso inclinar la ca–
beza; marchaba sobre un pavimento de grandes ro–
cas encarnadas, y por debajo de una b6veda cuyos
troncos
y
arcos no se derrumbanin sino por el sa–
cudimiento terrestre que derribe la montafia misma;
porque el admirable arquitecto que la construyern
no hizo
mas
que horadar una mole compacta con el
mas sutil y poderoso de los instrumentos-el agua–
experimentandola con la mas irrefutable de las
pruebas-los siglos.
A cada palmo que adelantaba, la obscuridad s.e
hada mas profunda, y nuestras voces repercutian
con esa resonancia propia de los
subterraneo~;
pero
luego fuimos sorprendidos por una claridad que pa–
reda venir de una alta claraboya, abierta en la par–
te superior del cerro ; y al llegar a donde
el
haz de
iuz heria el fondo de la cueva, mire hacia arriba,
y muy alto, a traves de la abertura por donde res–
pira el pulm6n · de la montafia, pude ver el azul
del cielo,
y
algunas aves cruzar por delante de el,
como se ven pasar los corpusculos errantes de la
a1m6sfera por
el
campo de un telescopic. Reinaba
el silencio;
ni
una respiraci6n, ni un graznido, ni
un murmullo que denunciasen la presencia de seres
animados. Los c6ndores habitadores de la cavema
la habian abandonado, para volver a la noche a
ocupar sus nidos cavados en el gi:anito por las fil–
traciones incesantes, o por las ferreas garras en al–
guna blanda masa de greda o arcilla; y tambien,
formado de ramas de irboles de la comarca, en la
.Cpoca de los amores, cuando todas las aves circu–
lan por el espacio llevando en los picas gajitos se–
cos, manojos de paja mullida y amarillenta, hoja–
rasca desprendida par el viento, para preparar los