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MIS MONTARAS

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des del dia,

y

en rnedio del himno naciente que sa–

luda, en toda la tierra

y

en todos los climas, la

vuelta victoriosa del padre d e la vida.

Silencioso

y

con paso mesurado, pero solemne,

un enorme condor de plumaje gris obscuro, asom6

de la cucva

y

se detuvo en un ·angulo saliente de la

roca; movi6

el

cuello para probar sus musculos,

abrio las alas en toda su amplitud, desperezandose

<le la inaccion de la noche,

y

sacudiendo con violen–

cia la cabeza, lanzo un poderoso graznido, que vol6

a confundirse con los cantos que de todas partes

surgian en honor de la maiiana. Era el himno in-

forme y rudo de su garganta de acero, entonado

en pleno espacio; era el grito de alerta enviado a

las cumbres altisimas, esi:uetas

y

desoladas, a las

nubes que las coronaban aun porque reposaron sa–

bre ellas, a las selvas profundas

y

a los valles dis–

tantes; era la voz del soberano, advirtiendoles que

iba a emprender el viaje cotidiano por en<:ima de

todas las alturas, hasta que el sol se ocultase de

nuevo tras las cordilleras inaccesibles.

1Como resono en mi oido aquel eco ronco

y fu–

nebre ! Yo pensaba en la atronadora canci6n que el

habria entonado en ese instante a la naturaleza

y

a los cielos abiertos, si Dios no lo hubiese privado

para siempre del supremo poder de la armonia,

al

dotarlo de la fuerza

y

darle por dominio lo ilimi–

tado, lo invisible, lo insuperable. Se advierte, en su

concentrado

y

siniestro graznido, la desesperaci6n de

esa terrible condena. 1Ah, c6mo repercutieran de

cumbre ·en cumbre

el

i

salve! gigantesco a la albo–

rada, desde las solitarias regiones de las nubes ; el

heraldico anuncio de sus paseos triunfales; el salrno

grandioso de su culto

al

astro que enciende las an-