MIS
MON'TA~AS
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crujiendo; entrelazandose los arqueados picos, los
cuellos sin plumas
y
las garras negras; jugaban co–
mo nifios, locos de contento, al sentir los pri:meros
tibios rayos del sol de invierno que se levantaba
disipando las brumas, mientras dos o tres viejos pa–
triarcas, inmoviles, soiiolientos, desvelados, los con–
templaban impasibles, como abuelos rodeados de sus
nietos, indiferentes en apariencia a los encantos
dd
nuevo dia que lentamente volvia el vigor a sus alas
cntumecidas. Los poll:uelos salieron
tambi.ena en–
sayarse en los primeros ejercicios
at!~ticos;
empren–
dian vuelos cortos seguidos de un condor viejo,
Co–
mo para adiestrarlos y protegerlos en cualquier des–
fallecimiento, y regresaban despues a la terraza de
l;,i gruta, donde los esperaban otros que a su turno
partian a los mismos paseos.
Era el espectaculo de una familia numerosa y
f
eliz, en
la
cual las ocupaciones se com.J?arten con
metodo
y
se ejecutan con matemitica uniformidad.
Luego, cualquier ruido extrafio,
el
relincho de un
huanaco asustadizo,
el
derrumbe de una piedra des–
quiciada, el grito de un campesino que pastorea su
~anado,
traen subita alarma al seno del pintoresco
cuadro; todos, menos los chicuelos, toman la fug.l
por las sendas aereas en direcciones distintas, hun–
diendose los unos en vuelos oblicuos, en abismos
insondables, desapareciendo los mis · entre las serra–
nias laterales, o perdidos de vista por la distancia.
Desierta qued6 la granftica vivienda,
y
ni un leve
ruido salia de sus entraiias. Sentia viva curiosidad
de penetrar en ella, y descubrir por mis propios ojos
el secreto de aquello que yo crei una guarida de
brujas, o un salon subterraneo de la carte univer–
sal del Luzbel. Seguido del criado traspase
el
din-